—¡DESPEJEN!
Al fuerte grito le siguió un sonido eléctrico, rezos, llanto; una luz blanca que le causaba dolor, poco a poco éste se disipaba.
—Tienen treinta minutos para cumplir lo que les exijo o empezaré a matar a esta gente; no bromeo.
El sujeto colgó con violencia el teléfono para después beber lo que le quedaba de ginebra en una pequeña taza de color blanco que tenía grabada la leyenda: «Papá #1 del mundo». Una sonrisa surcaba su rostro al beber y recordar la frase escrita en ella, le parecía irónico, casi cinematográfico y sumamente divertido.
—¿Crees que lo hagan?
—Si no lo hacen tendrán una masacre el día de hoy. —Respondió sonriente el hombre que bebía el mencionado licor.
Se encontraban en la sala de juntas de una reconocida empresa transnacional, ubicada en el piso treinta de su famoso edificio central; unas veinticinco personas estaban sentadas en el suelo, muy asustadas, temblaban; temían voltear a ver a sus captores, doce individuos, todos hombres, equipados con armas automáticas, granadas y equipo pesado; se veían preparados, incluso deseosos, de iniciar una guerra en medio de la ciudad. Ya era bastante tarde y afuera todo estaba oscuro y en calma, habían transcurrido unas siete horas desde que un grupo terrorista, liderado por un fornido individuo que vestía completamente de negro, había tomado rehenes en un evento exclusivo de dicha corporación; en el lugar había más de treinta invitados, todos miembros destacados de la comunidad empresarial y política. Cinco de ellos fueron asesinados durante las primeras dos horas de la toma de rehenes, seleccionados estratégicamente por el líder del grupo para infundir presión en los negociadores.
Dicho líder era un hombre demoníaco conocido únicamente como Gotnov, un sujeto de poco más de cuarenta años, de enorme complexión fuerte, fibroso y muscular; llevaba el cabello largo y muy rubio, aunque comenzaba a perderlo en el área de la frente, la cual era prominente, lo que le daba la apariencia de algún tipo de monje loco. Su rostro estaba sumamente endurecido por arrugas y marcas de expresión, su mirada, de ceño permanentemente fruncido, era penetrante, agresiva, maliciosa, aunque no carente de emociones; sus fríos ojos grises revelaban intenciones de causar daño a la menor provocación, su sonrisa demostraba que no le causaba displacer el hacerlo. Su vestuario totalmente de color negro tendía más hacia el lado de la comodidad que al de la elegancia. Portaba una chaqueta negra cuyo cierre quedaba a mitad del pecho, sin camisa abajo, aunque la temporada era fría; llevaba las mangas recogidas a la altura del codo y pantalones deportivos del mismo color que el resto de su atuendo. Era notorio que le hervía la sangre, hecho evidenciado por su forma agitada de hablar y sudoración excesiva. Este hombre comandaba un grupo compuesto por otros once individuos, la mayoría, al igual que el propio Gotnov, extranjeros; todos fuertemente armados y listos para morir si era el caso. Eran miembros de un reconocido grupo terrorista llamado «Krugerrands», quienes acusaban a su país de someterse a leyes y órdenes de naciones extranjeras imperialistas. Se consideraban a sí mismos como portadores de la justicia, decían que protegían su gente, su nación y sus costumbres; más lo hacían mediante métodos extremistas y violentos. Días atrás habían sido causantes de un atentado que dejara casi cien fallecidos al hacer explotar unos camiones durante un congestionamiento que ellos mismos provocaron con el fin de asegurar la mayor cantidad posible de muertes; en el acto habían fallecido también algunos integrantes de esta célula específica de «Krugerrands» y otros más fueron capturados y trasladados a prisiones de máxima seguridad; era esto último la causa de este improvisado evento pues un grupo tan bien estructurado como los «Krugerrands» no haría jamás un movimiento tan pequeño y con tan pocos hombres a menos que la situación fuera atípica.
—¡Escúchenme cerdos estúpidos! ¿Piensan que su gobierno va a salvarlos?
El sujeto que les hablaba fuertemente les apuntaba con su arma, se mostraba muy hostil con los rehenes, no obstante estaba incapacitado para lastimarlos, para eso se necesitaba que Gotnov diera la orden y, al menos de momento, no tenía esa intención.
Afuera del edificio se habían reunido policías, paramédicos, y equipos SWAT, todos se encontraban a la espera de las órdenes de sus superiores y tenían como única instrucción el aguardar y no permitir que nada entre o salga del perímetro.
—Sí señor, los esperamos aquí, gracias.
El oficial encargado terminaba una conversación con el alcalde, quien le había indicado que debían esperar al ejército que se encontraba en la localidad tras el fallido intento por detener los atentados de la semana pasada; aunque no pudieron salvar a los civiles, no habían fracasado del todo pues en el acto habían conseguido capturar a un elemento importante de los Krugerrands, al cerebro de sus operaciones, un sujeto llamado Hagen.
—Están en camino, viene con ellos el capitán Cyrus.
El anuncio de la presencia de Cyrus era generalmente recibido como si se tratase de una estrella de rock, pensaban que él sería capaz de solucionar cualquier eventualidad sin importar lo mal que pudiera parecer cualquier situación. Las esperanzas de los rehenes estaban sobre él, para muchos sería la oportunidad de conocer a la leyenda.
—Él sabrá qué hacer, los ha detenido antes. —Añadió el oficial.
Las luces de los vehículos y los faros de halógeno dispersaban las tinieblas de la noche con una pálida luz azulosa; el ir y venir entre los oficiales y del resto de los participantes se veía de forma nítida desde las alturas gracias a los cambios de iluminación causados por el movimiento de los faros de los vehículos de policía. En el aire un par de helicópteros vigilaban la zona, escudriñando cada recoveco, cada rendija y cada ventana del edificio, buscando algún punto de acceso o sitio que los rebeldes no hubiesen considerado. En los edificios más próximos, apostados sobre los techos, francotiradores vigilaban cada uno de los movimientos de Gotnov, éste no se preocupaba de estar en la mira de alguno de ellos y se dejaba ver a través de las ventanas, siempre sonriente, siempre atento y conociendo dónde estaban ubicados sus enemigos. No buscaban matarlo, al menos no aún, pues eso sin duda derivaría en el asesinato de los veinticinco rehenes que todavía quedaban con vida; en vez de eso esperaban cualquier tipo de indicio que sugiriera que estaba por hacer algo, por matar algún rehén o, con un poco de suerte, rendirse, esto último era muy poco probable viniendo de alguien como él.
Sólo habían pasado cerca de diez minutos desde que terminara la llamada entre el terrorista y algún miembro desconocido del gobierno cuando un helicóptero militar descendía ruidosamente ante las miradas asombradas de los espectadores, quienes deseaban ver bajar a su héroe. Del helicóptero bajó una veintena de marines; tras ver al gran camarada del capitán, el gigante Morse, todos los presentes supieron quién aparecería después; Cyrus le seguía y ambos, junto con el resto de los marines, se dirigieron rumbo al centro de comando. Desde lo alto, mirando a través de una ventana del edificio corporativo, observándolo todo mediante unos binoculares, Gotnov sonreía al ver que Cyrus hacía finalmente acto de presencia.
—Capitán, es un honor conocerlo. —Dijo el oficial al mando, gritando más que hablando pues el ruido del motor del helicóptero no había cesado por completo.
—¿Qué tenemos, cuántos son? —Fue la respuesta de Cyrus, a quien las formalidades le aburrían y no gustaba de perder tiempo.
—El líder se llama Gotnov, ellos se adjudican los atentados de la semana pasada en la autopista.
—Lo conozco, ¿qué demonios quiere? —Fue la impaciente respuesta de Cyrus.
—Bueno, tiene a veinticinco rehenes con él, exige la liberación de sus camaradas detenidos durante el atentado anterior, en realidad… quiere que liberen a su hermano.
—Eso no va a pasar. ¿Qué están haciendo para sacar vivos a los rehenes? —Añadió Cyrus.
—Tenemos francotiradores revisando el entorno, sabemos que son doce de ellos contando a Gotnov. Están bien armados con automáticas y explosivos. No creo que piensen salir con vida.
Cyrus no respondió.
En la sala de juntas Gotnov se admiraba de su trabajo, en poco más de una semana había logrado poner a la nación más poderosa del mundo en la lona dos veces. Esperaba que sus acciones fueran el impulso para que otros como él lo siguieran, no le importaba si todos morían en el intento, su legado iba a perdurar; por otro lado no podía permitirse el que atrapasen a su hermano menor y, por primera vez en su vida, sus emociones lo estaban traicionando. Había organizado lo que quedaba de sus fuerzas en el país para tratar de liberarlo, junto con el resto de sus camaradas capturados durante el caos de la explosión. Su hermano era un elemento importante para la organización «Krugerrand» por lo que no le fue difícil convencer a sus seguidores de arriesgar nuevamente sus vidas por salvarlo, si lograban quebrarlo, se sabría información que los pondría a todos en peligro. Sin embargo a estas alturas realmente no le importaban mucho sus ideales, sólo quería sacar a su hermano del encierro o matarlos a todos en venganza por su captura.
—Llegó el ejército. —Dijo uno de los seguidores.
—Llegó el capitán. —Corrigió Gotnov divertido. —Se acabó la negociación.
—Maldición… ¿Matamos a los rehenes?
Gotnov se levantó de su asiento y habló tan fuerte como pudo a sus seguidores. —¡Nadie saldrá de aquí con vida, ni los rehenes, ni nosotros y tampoco quienes pongan un pie dentro de esta oficina. ¡Maten, mátenlos a todos en cuanto entren; no dejen a nadie vivo! Aprenderán lo que es el terror.
Gotnov se veía a sí mismo como a un Dios, un ser invencible que creía que podría hacer lo que se le antojara, que, de morir, sería un ejemplo para el resto de su organización, se convertiría en un mártir, venerado por todos, cuya influencia se extendería sin límites; para él su muerte sólo le daría más poder. No obstante no planeaba dejarse matar sin dar una buena pelea, un último acto que diera un impulso mayor a los «Krugerrands».
Los rehenes comenzaron a llorar cuando el grupo terrorista levantó las armas para dispararles; las luces se intensificaron tanto como para cegarlos a todos e impedirles las detonaciones, Gotnov, deslumbrado a causa del resplandor, distinguió a unos metros a una enorme silueta, tan grande y fuerte como la que él mismo provocaba, que atravesaba con violencia el frágil cristal de las ventanas, tras aquella se distinguía otra de mayor tamaño, seguida de muchas más.
—¡DESPEJEN!
Nuevamente un sonido eléctrico, más llantos, más exclamaciones de dolor.
El capitán Cyrus ingresó junto con el resto de los marines en la oficina donde Gotnov y el resto de sus seguidores mantenían a los veinticinco rehenes; las luces exteriores, instaladas por el equipo SWAT, cegaban a los rebeldes dentro del edificio y le brindaban cobertura al capitán. Los marines estaban bien armados con lo último en poder de fuego, chalecos antibalas, visión térmica y explosivos inteligentes. Desde el suelo, en el área del centro de comando, el equipo de soporte disparaba granadas de humo que atravesaban las ventanas en todas direcciones, cayendo una tras otra dentro de la oficina y nublando la visión de los rebeldes. Reinaba el caos, los rehenes trataban de protegerse lo mejor que podían, los rebeldes se movilizaban asustados, buscando cobertura y esperando adivinar desde dónde vendría el ataque. Gotnov era el único que se encontraba tranquilo, de pie en el mismo lugar donde diera su último discurso, bebiendo más vino desde la misma tasa que utilizara instantes atrás, sonriendo cada que bebía un sorbo y sin dejar de observar las siluetas que ingresaban a darle muerte. En fracciones de segundo repasó decenas de ideas por su cabeza, todas sus disertaciones, los diferentes resultados de cada acción y cada movimiento, los podía ver y se encontraba analizando cuál sería la mejor opción para morir; entrecerró los ojos, la luz comenzaba a lastimarle la vista.
Las luces, de tonalidades azul pálida, provenientes desde grandes faros ubicados en el estacionamiento, hacían que el gas tomase un color purpúreo. Las fuerzas «Krugerrand» no estaban bien colocadas cuando las puertas, paredes y ventanas circundantes a la sala de juntas explotaron, dejando entrar a más de veinte furiosos marines, quienes de inmediato dispararon a los rebeldes.
Gotnov disparó su arma a ciegas en dirección de dónde veía la silueta que debía ser la de Cyrus, las balas le atravesaron, ya no estaba ahí. Gotnov se lanzó al suelo, tan cerca como pudo de los rehenes, trataría de tomar a uno, al que fuera, saldría a como diera lugar.
Los «Krugerrands» caían uno a uno, presa del caos, del miedo y de la eficacia del grupo antiterrorista que los estaba enfrentando. El humo había encendido los sistemas anti incendio de la sala. El agua de los aspersores caía como lluvia y limpiaba la sangre que se desparramaba en el suelo. En sólo unos pocos segundos el operativo estaba terminado y los rebeldes yacían muertos en el suelo. Gotnov no había logrado su objetivo, era fuertemente sujetado por Morse; observaba con fiereza a Cyrus.
—Se acabó todo capitán. —Dijo Morse.
—Felicidades capitán, veo que ha vuelto a salvar el día. Ya que está aquí, ¿no desea la revancha de nuestro último encuentro? —Le sonreía al mirar a los ojos a Cyrus, lo retaba con todo su cuerpo; su última argucia era atacar directamente a aquel hombre, caer venciendo al símbolo de su enemigo.
En el pasado Gotnov había tenido un encuentro con Cyrus, encuentro en que, sorprendentemente, había sido el capitán quien resultara perdedor. Estaba atrapado, seguramente sería ejecutado al igual que su hermano pero aún podía hacer algo por su causa, aún podía matar a Cyrus; si lo lograba dicho suceso llegaría a oídos de sus muchos simpatizantes, inspirándolos a continuar su legado, a mantener viva la guerra.
—Ya me tienen, y a mi hermano, no tiene nada más que perder capitán. —Dijo Gotnov sin dejar de sonreír. —¿Dejará las cosas así?
Los aspersores seguían funcionando, parecía que una tormenta se había desatado en medio de la sala de juntas. Morse sostenía con dificultad al terrorista, no importaba que el teniente fuera mucho más grande, necesitaba hacer uso de toda su fuerza, de todo su peso para contener a uno de los hombres más peligrosos en el mundo. Gotnov era un salvaje, incluso el gigantesco Morse sentía que sus huesos se estaban triturando mientras luchaba contra la fuerza del terrorista. Lo que siguió sorprendió a todos, incluso al propio Morse.
—Teniente, suéltelo, yo me encargo. —Dijo Cyrus. Morse no lo podía creer, el capitán siempre había sido un hombre que anteponía los resultados a las cuestiones personales, pero su orgullo había quedado dañado en aquel combate. A ojos de Cyrus, Gotnov le había vencido, debía ahora derrotarlo para cerrar el ciclo, para que los «Krugerrands» cayeran por completo.
—Estás muerto. —Le susurró Morse a Gotnov al liberarlo.
Ambos hombres habían dejado sus armas en el suelo, contaban únicamente con sus puños, con su propia fuerza; no había más una misión para Cyrus, sólo quedaba el orgullo.
Comenzaron el combate midiéndose pues conocían la peligrosidad del otro. Cyrus más alto, Gotnov más joven, ambos muy fuertes. Fue Cyrus quien lanzó el primer golpe, mismo que conectó pleno el rostro de su oponente; le siguió otro, y otro. Los aspersores continuaban funcionando y Morse, junto al resto de los marines, habían formado un círculo alrededor de los combatientes, el resultado no les importaba, el terrorista no saldría de ahí. Gotnov fue capaz de bloquear los últimos impactos y contraatacar eficazmente a Cyrus, derribándolo en el acto.
Gotnov era un experto artemarcialista, una leyenda en combates de su país. Antes de convertirse en terrorista había sido campeón en algunos torneos clandestinos, mismos que eran famosos por su salvajismo. Se rumoraba que había participado en torneos a muerte, totalmente ilegales, organizados por personas adineradas que deseaban entretenerse viendo matarse entre sí a otros seres humanos. Eran un espectáculo desagradable y Gotnov despreciaba a esa gente rica y cobarde que prefería ver a otros matarse en vez de hacerlo ellos mismos, pero esas personas fueron de gran importancia a la hora de conseguir fondos para su movimiento separatista, usándolos para demostrar la peligrosidad de este sujeto con el que nadie querría meterse. Gotnov labró su nombre con la sangre de muchos otros.
El terrorista conectó varias patadas giratorias sucesivas, directo al rostro del capitán; giraba como si de un ballet se tratase, cada impacto explotaba contra el rostro de Cyrus, quien no lograba detener el huracán que se le acercaba. Gotnov detuvo hábilmente los intentos de respuesta del capitán y le llevaba una clara ventaja. Logró colocarse detrás de Cyrus, atrapándolo por el cuello, asfixiándolo, sonreía al hacerlo. Cyrus forcejeaba con todas sus fuerzas al tiempo que Morse le suplicaba que le dejase terminar con todo, acción a la que Cyrus tajantemente se negaba mientras Gotnov apretaba más.
El edificio entero comenzó a temblar, cada vez más fuerte, las luces comenzaron a estallar, se escuchó mucho ruido, el eco de sirenas de ambulancias se alcanzó a percibir; afuera se escuchó un terrible estruendo, las alarmas de cientos de coches gritaron asustadas, perros aullaban, el edificio crujía, parecía que iba a colapsar; de nuevo una luz blanca.
—¡DESPEJEN!
Una vez más el sonido eléctrico.
