El Programa GAMER – La Era de los Sheitans – Capítulo 15 – Los indeseables

Aunque la destrucción resultante del fin de los tiempos era abrumadora, no todos los edificios habían caído y no todos los pueblos estaban devastados. Muchas construcciones permanecían aún en pie, en los pueblos menos afectados la mayoría de las casas se encontraba en condiciones habitables y sólo las puertas venidas abajo o los vidrios rotos de las ventanas, producto de los constantes saqueos así como de evacuaciones presurosas, hacían que el escenario de desolación se sintiera presente en esas zonas retiradas de las urbes.

Los sheitans, tan salvajes y violentos como una erupción, no atacaban directamente la infraestructura, no les importaban las construcciones ni obras arquitectónicas por lo que todo el daño que habían provocado hacia la obra del hombre había sido más bien colateral, haciendo añicos sólo aquellos lugares en donde se encontrara algún ser vivo que se refugiase al interior. Algunos edificios se habían venido abajo a causa del caminar de alguna bestia gigante, cuya escasa inteligencia no les permitía el evadir obstáculos y simplemente los atravesaban mediante fuerza bruta. Ante la falta de personas que dieran mantenimiento a las ciudades y pueblos en los últimos meses, el pasto en los jardines, plazas y zonas urbanas ya había crecido bastante y el polvo se juntaba en las superficies de las casas y edificios; no había nadie disponible para limpiar los vidrios rotos, recoger cadáveres o hacer reparaciones. También las bolas de fuego que disparaban los demonios habían causado cuantiosos incendios que parecían arder sin agotarse las llamas, arrojando éstos su ceniza en todas direcciones; los incendios crecieron descontroladamente al no tener a nadie que los combatiera, engullendo con su fuego decenas de ciudades, algunas de ellas muy importantes para la civilización, tan grandes estas que el resplandor de su inmolación alcanzaba a verse desde la seguridad de los refugios lejanos.

Debido a la variedad de origen de los individuos que se encontraban a resguardo en los campamentos, de diversas razas, nacionalidades y credos, se pensaba que las evacuaciones iniciales habían sido efectivas e incluyentes, sin separación entre seres humanos de una clase y otros que no mereciesen ser salvados, la realidad es que las evacuaciones no fueron tan humanitarias como los dirigentes lo pregonaban desde la seguridad de sus respectivos bunkers. Los mandatarios estaban conscientes que existían algunas personas que podrían poner en peligro al resto de los supervivientes por lo que, vagabundos, enfermos infecciosos, enfermos mentales graves y criminales que se encontraban prisioneros en diversas cárceles fueron dejados atrás intencionalmente. Esto suponía una sentencia de muerte silenciosa, sin cargos de consciencia ni mala publicidad, según esperaban, y en la mayor parte de los casos había resultado casi como se tenía planeado.

Fueron las mismas medidas de seguridad contempladas para mantener a la población civil a salvo durante los tiempos de paz las que sirvieran, irónicamente por cierto, para que muchos indeseables sobrevivieran una situación extrema como la que se estaba viviendo. Si bien la mayoría de los vagabundos cayeron en las calles presa de los sheitans, mientras que los enfermos más graves morían al no recibir atención médica, las penitenciarías resultaron ser una bendición para los antes infortunados prisioneros. Construidas con muros altos, gruesos y alejados de las zonas urbanas, la mayoría de ellas se convirtieron en fortificaciones adecuadas para que aquellos atrapados dentro pudieran mantenerse con vida.

Estos edificios contenían bastante alimento almacenado así como muchas armas que no habían podido ser retiradas a tiempo cuando los elementos empleados en esos lugares huían en dirección a sitios más seguros, ignorando los gritos de súplica de los reos. Durante las evacuaciones, mientras los guardias y miembros de mantenimiento de cada prisión huían de sus puestos, los prisioneros habían sido dejados encerrados en sus celdas donde, secretamente, otros criminales en el poder esperaban que murieran sin hacer escándalo. Y aunque muchos efectivamente perecieron como se tenía contemplado, sólo era necesario que alguno pudiese escapar para liberar al resto, lo cual fue algo que sucedió en una buena cantidad de centros de reclusión alrededor del mundo.

Una de estas cárceles más importantes, de las de mayor seguridad, era donde se albergaba a aquellos criminales más peligrosos: asesinos, violadores, terroristas, integrantes de grupos de crimen organizado; un caudal de personas violentas y desalmadas de quienes se esperaba muriesen de hambre o devorados por las bestias. Su nombre era Prisión Federal de Sanquinto, ubicada a más de seiscientos sesenta kilómetros de distancia de la ciudad más importante de la costa oeste del país y a cuatrocientos noventa kilómetros de Blossom. Era el hogar forzado de los criminales más peligrosos del mundo, muchos de los cuales esperaban su ejecución por crímenes tan horrendos que, de acuerdo a muchos teólogos, habrían sido la causa del actual apocalipsis pues representaban toda la podredumbre de la raza humana. Al ser Sanquinto una de las prisiones de mayor seguridad, utilizada para hospedar a la peor escoria del planeta, contaba ésta con armamento de gran calibre y de la mejor calidad, mismo que había sido dejado atrás a causa de las prisas. No se esperaba que sus habitantes sobrevivieran al encierro una vez que fueron abandonados por los guardias del lugar, más tales sujetos siempre se habían destacado por soportar situaciones de extremo peligro en el pasado. El lugar que había sido diseñado para castigarlos finalmente los estaba protegiendo y sus mentes, la mayoría desquiciadas, les habían permitido soportar una condición deplorable más tiempo del que una persona ordinaria hubiera podido tolerar antes de enloquecer. Fue una de esas mentes la encargada de encontrar la forma de salir de su celda de contención, quien salvó al resto de los prisioneros y los organizó para sobrevivir.

Hagen era su nombre, había sido diagnosticado desde su infancia con un severo desorden de personalidad antisocial. Este enjuto hombre era considerado de sumo peligro; en otro tiempo organizó a otros como él para realizar actos anárquicos y destructivos que normalmente acababan con la vida de decenas de inocentes en pos de él dar a conocer su mensaje. Hagen era un individuo a mediados de sus treintas, muy esbelto, sin un gramo de grasa en el cuerpo y de poca, casi inexistente musculatura; de 1.77 metros de estatura y apariencia frágil. Tenía el cabello de color rubio cenizo y lo utilizaba con un anticuado peinado de hongo que frecuentemente le cubría los ojos, tan grises como las nubes de tormenta e igual de destructivos; padecía una severa miopía por lo que utilizaba unas gruesas gafas de pasta color café con una graduación elevada, las mismas ocultaban su fría e inexpresiva mirada en la cual no se podía leer nada, ningún sentimiento, ninguna emoción. Dentro de Hagen no existía ni amor ni odio, era un ser vacío que aseguraba que sus acciones tenían un propósito aunque admitía desconocer cuál era; al ser enjuiciado se mostró impávido, flemático, no mostró arrepentimiento y aseguró que aunque no disfrutaba de lastimar a nadie, no le era posible evitarlo en absolutamente ningún caso por el que se le juzgaba, decía que ello le debería de eximir de cualquier responsabilidad. Había sido enjuiciado rápidamente y su sentencia, por supuesto, había sido la muerte; más como éstas se programaban hasta algún tiempo después del juicio el fin del mundo había llegado para interponerse. Hagen era el hermano menor de Gotnov, detenido mientras intentaba escapar después de un atentado terrorista en una calle repleta de automovilistas, en hora pico, que acabó con la vida de decenas de personas inocentes. Fue en un atentado posterior que el capitán Cyrus había apresado a su hermano después de tomar rehenes para intentar rescatarlo. Aunque Gotnov era el músculo de la organización, Hagen era el cerebro detrás de los «Krugerrands». Ambos hermanos habían sido convertidos en huéspedes de Sanquinto donde habrían de esperar su ejecución al lado de poco más de cuatro mil reos de enorme peligrosidad.

Fue su mente fría la que le permitió encontrar la manera de escapar de su confinamiento; rescató a su hermano, al resto de los prisioneros y los organizó para sobrevivir. Con cuidado de no destruir las puertas y rejas exteriores que les servirían de protección, pudo hacerse de las armas y el alimento que se encontraba en la prisión y dirigió pillajes para ir a buscar más recursos evitando así agotar sus provisiones, las que racionaba de forma inexorable y sin piedad, sin otorgar un gramo más de alimento o una gota extra de agua a nadie. De una manera distorsionada, Sanquinto era un refugio bien establecido y bien liderado por ambos tiránicos hermanos; algunos de los criminales obedecían por temor al impredecible Gotnov mientras que otros seguían a Hagen a causa de una extraña atracción que el hombre parecía ejercer sobre las mentes perversas, todos funcionaban como una unidad bien preparada. Hagen y Gotnov nunca habían tenido un ejército de tal magnitud.

A los más de cuatro mil reos que originalmente habitaban en Sanquinto se le fueron sumando decenas de más sobrevivientes. Hagen ordenaba el rescate de cualquiera que lo necesitara, recibía en su grupo a todo aquel que se encontrara indefenso. Así sacó del peligro de las calles a enfermos que habían sido abandonados y a más personas que por alguna razón hubieran sido dejados atrás durante las evacuaciones. También estudiaba los mapas de la zona y buscaba otras prisiones a las cuales ingresar para liberar a aquellos que no hubieran podido salir e integrarlos (sea por su voluntad o por la fuerza) a su naciente ejército. Las acciones de Hagen por sí solas habían salvado ya a miles de personas; restando las muertes diarias que acontecían en su reino, contaba con un ejército de poco menos de cinco mil hombres fuertes y varios cientos de mujeres y niños para usarlos en trabajos de mantenimiento.

Gotnov era el único que no estaba directamente bajo las órdenes de su hermano, mas sus sentimientos de hermano mayor lo obligaban a mantenerse cerca de él y protegerlo. A Gotnov no le interesaba liberar a más prisioneros ni rescatar a sobrevivientes necesitados, consideraba que tales acciones eran una pérdida de tiempo y, más grave aún, aburridas; no obstante su hermano insistía en sus acciones y jamás cambiaba de parecer por lo que se mantenía en el grupo, instaurando orden en base al miedo y a la fuerza.

Todo aquel que deseara formar parte de esta nueva y peculiar comunidad debía atenerse a una severa reglamentación que tenía como objetivo el suplir las carencias que habían orillado a los gobiernos a abandonar a estas personas difíciles de controlar. Cualquier indisciplina, sin importar lo poco grave que fuera, era castigada con la muerte. Bastó con algunos pocos rebeldes que sirvieron de ejemplo para que el resto entendiera cómo funcionaban las cosas ahí. Y el reglamento implementado por Hagen funcionaba, logró mantener a la comunidad de Sanquinto en un orden casi militar en donde existía un aire de tensa seguridad; incluso la pequeña población no criminal, consistente en hombres, mujeres y niños, convivía tranquilamente con el resto de los indeseables.

—¿Cuánto tiempo más seguirás con esta necedad del mesías?

Gotnov frecuentemente increpaba a su hermano respecto a las recientes acciones que estaban tomando. Salvar a los desvalidos no era algo que hicieran en otros tiempos, la sensación le era extraña.

—No es una necedad.

La respuesta de Hagen fue hecha de la forma más usual en él, sin mostrar sentimientos, utilizando para ella una voz monótona, lenta y sin inflexiones, sin voltear a ver ni por un instante a su interlocutor.

—Bueno, bueno, hermanito, seguiremos jugando a esto del buen samaritano un poco más.

—…Me alegra… —En su rostro no se veía alegría. —El alimento está comenzando a escasear, vamos a tener que limitar a nuestra población en lo que regresan los equipos de recolección. —Hagen cortaba siempre las conversaciones e iba directamente al punto que tenía en mente, no gustaba de dar rodeos ni de usar indirectas.

El menor de los hermanos era el administrador de todos los recursos con que contaban en Sanquinto, tanto la comida, la energía, las municiones; nada se utilizaba si no lo aprobaba él previamente, incluso Gotnov se ajustaba a su criterio.

—Me extraña esta carestía, no es normal que bajo tu cargo desaparezca algo del inventario y la última vez que revisé teníamos recursos de sobra.

—Vivimos con criminales, era de esperarse. — Hagen ni siquiera se consternó ante la confrontación de su hermano.

—¿No harás nada al respecto? Alguien debería ser castigado, sentará un buen precedente.

—Hay cosas más importantes por las cuales preocuparse ahora; un explorador reportó haber visto a uno de esos gigantes rondando una ciudad a unos trescientos kilómetros al este de aquí.

A Gotnov no le importaban las cuestiones de Sanquinto, si rescataban o no a alguien, si había o no alimentos, nada de eso le interesaba; por otro lado el peligro de las bestias era algo en lo que sí prestaba atención y en lo que deseaba participar. Estos individuos al haber estado separados de la civilización, no tenían conocimiento del nombre oficial otorgado a estas criaturas alrededor del mundo, de modo que se referían a ellos de una forma más casual, bestias, monstruos, animales.

—¿De qué tamaño?

—Dicen que unos cuarenta metros. —Hagen respondió sin mostrar preocupación.

—Si se acerca más estaremos en problemas, no tenemos el poder de fuego para derribarlo. Vi al ejército enfrentando a uno, tenían tanques y misiles, no lograron matarlo. —Gotnov sonreía, parecía disfrutar la situación, el reto.

La preocupación no era un sentimiento familiar para Hagen y de hecho no tenía la capacidad de sentirla, su condición psicológica le impedía el tener sentimientos genuinos. Pese a que no estaba ni asustado ni preocupado, conocía perfectamente que no iban a poder sobrevivir si el gigante los encontraba.

Hagen tomó entonces una pequeña tabla para apoyar papeles y se retiró de la oficina principal que había sido tomada por él para realizar sus funciones de alcalde de Sanquinto. Se encontraba en la parte más elevada de la prisión y tenía una amplia vista al patio gracias a un enorme ventanal que le permitía observar cualquier situación que ocurriese en la platea, que era la parte más poblada durante la tarde y el lugar donde tenía a los reos y al resto de los miembros de su comunidad trabajando para ganarse sus alimentos y protección; trabajos que tenían la función de mantener el lugar en buenas condiciones y a los peligrosos habitantes ocupados en algo.

El patio era el lugar donde se realizaba la mayor parte del trabajo de construcción, las actividades recreativas y las de descanso, Hagen obligaba a todo aquel con alguna habilidad a brindar sus servicios a quien pudiera necesitarlos, ya sea reparando algún mueble que se hubiera dañado o remendando la vieja y gastada ropa con que contaban; todo eso para así ganarse el alimento y el derecho de su estadía. El resto de Sanquinto se mantenía funcionando más o menos de la misma forma que antes del fin del mundo: las celdas se habían convertido en dormitorios, mismos que se habían remodelado para hacerlos más cómodos, con colchones y muebles tomados de pueblos abandonados cercanos (de los que cada usuario era responsable y debía «pagar» su uso y mantenimiento). Además contaban con la clínica de la penitenciaría, bien equipada, con medicinas, vendajes y equipo quirúrgico, donde los pocos reos y sobrevivientes con instrucción médica eran «instados» a trabajar. El hombre a cargo de los servicios médicos era el doctor Héctor, un viejo prisionero que ha sido huésped de Sanquinto desde hacía más de una década a causa de un crimen pasional que realizó con lujo de saña, su obra había alcanzado una gran fuerza mediática años atrás lo que retrasó su ejecución, permitiéndole vivir el fin del mundo.

El comedor se mantenía trabajando como siempre: reos y sobrevivientes trabajaban la preparación de alimentos y la limpieza del lugar. Los diferentes talleres mantenían sus funciones habituales pues éstas eran de gran utilidad, en especial el de carpintería, el cual permitía construir y reparar los muebles y fortificar el perímetro. El taller de mecánica contaba de herramientas y equipo invaluable dadas las condiciones que el mundo estaba enfrentando e incluso tenían algunos automóviles que habían conseguido arreglar; casi todos los autobuses de transporte de prisioneros, la mayoría con el tanque lleno y con abundante reserva de combustible, aunque la neurosis de Hagen hacía que se dosificara en extremo su utilización. De algún modo, la vida regular en la prisión en los tiempos pre-apocalípticos no difería mucho de lo que los sobrevivientes debían enfrentar en la actualidad por lo que los habitantes de Sanquinto estaban más preparados que cualquier otro para hacer frente al fin del mundo.

Con el objetivo de evitar conflictos, los sobrevivientes que no eran reos dormían en el área de oficinas. Hagen consideraba que sería riesgoso dejar que se mezclaran completamente con la población de la prisión pues, aunque comían y trabajaban con ellos, serían presa fácil de sus violentos cohabitantes, siendo las mujeres y niños una tentación para muchos de estos hombres, la mayoría de los cuales no había estado con una mujer en años. Las relaciones no estaban prohibidas siempre y cuando fueran consensuadas, lo cual extrañamente sucedía algunas veces, pero eso más con la intención de obtener protección o alimentos adicionales que por simple deseo carnal y mucho menos por amor.

Pese al severo reglamento impuesto por Hagen, las peleas eran frecuentes. Mientras éstas fueran uno contra uno, ambas partes dispuestas y en igualdad de circunstancias no había penalización alguna, los hermanos permitían a sus pobladores el dejar salir esa presión. Con el tiempo y ante la vida tan rigurosa que imponía el «alcalde», este tipo de enfrentamientos fueron utilizados como entretenimiento, siendo desarrollados en un sitio especial en el patio desde donde todos podían observar a los dos hombres batirse en duelo, uno que a veces acababa con la muerte de uno de los involucrados. Hagen consideraba tal actividad como un sano entretenimiento y una buena forma para que los ex presidiarios descargaran algo de tensión; se aceptaban apuestas e incluso, con el pasar de los meses y a causa del aburrimiento de los pobladores, tal actividad fue evolucionando hasta tener títulos y divisiones que complicaban un poco las peleas pero las hacían más interesantes y más «justas». Dicho sea, cualquier lucha que involucrara a más de dos personas estaba prohibida, las riñas campales eran muy peligrosas para la estabilidad de la comunidad y el castigo para los iniciadores siempre era la muerte. Del mismo modo cualquier agresión con clara ventaja de una de las partes, los robos, asesinatos y muy especialmente la violación, en sí cualquier tipo de infracción incluida la negativa a trabajar sin una buena causa, tenía como castigo la muerte.

Hagen y Gotnov se dirigieron al almacén para inventariar el alimento con que aún contaban y que, según los reportes de Hagen, estaba ya en la parte baja. Tras formar un severo plan de racionamiento realizó la misma metódica rutina para las armas y municiones, los recursos consumibles y cualquier otro aspecto del lugar que sufriera desgaste. Su personalidad casi robótica le permitía que este tipo de trabajos le fueran fáciles de hacer e incluso disfrutaba haciéndolos. Realizaba este chequeo al menos una vez cada tres días, siempre a la misma hora, siempre en el mismo orden, siempre él sólo o acompañado únicamente por su hermano, su escrutinio no permitía errores por lo que las pérdidas recientes eran algo anormal; a Gotnov le extrañaba que su hermano los hubiese pasado por alto. Dedicaron cerca de dos horas al proceso de inventariado, dejando el almacén bajo llave, una que sólo Hagen poseía.

—Salgamos un momento para revisar las defensas.

—Tú eres el alcalde. —Sonrió Gotnov al responder.

Ambos hermanos salieron de la seguridad de Sanquinto para revisar las inmediaciones. Como se hacía en casi todo, este trabajo lo realizaban ellos solos pues ni confiaban en sus seguidores ni sentían miedo ante lo que se pudieran encontrar allá afuera; Gotnov incluso disfrutaba enfrentar a las bestias de dos metros, que eran las que ocasionalmente llegaban al remoto paraje que era Sanquinto. Las inmediaciones de la prisión no eran un lugar inseguro, habían tenido algunos pocos enfrentamientos con sheitans aislados pero habían sido capaces de exterminarlos, con lujo de violencia por cierto. Con el fin de prevenir futuros ataques habían fortificado un perímetro, excavado zanjas y levantado muros de alambre de púas, además de colocar trampas en un área aún más extendida, éstas les indicaban si algo había pasado recientemente por el lugar con lo que, de existir algún indicio, Hagen ordenaba una cuadrilla de caza para dar muerte con la bestia que hubiese osado ingresar a sus dominios. Los hermanos realizaron la corta caminata, que usualmente les llevaba cerca de media hora, y no encontraron ninguna novedad ni alguna criatura cerca. Pese a la calma que reinaba Hagen volteaba a ver a la lejanía en todas direcciones, esperando ver algo que le indicara que el gigante estaba próximo a la prisión. Gotnov hacía lo mismo, apretaba los puños, sonreía, deseaba ver la silueta de alguna criatura monstruosa, gigantesca, que se acercara a él, una criatura que osara retarlo y toparse con la muerte. Ninguno vio nada de eso pero sí notaron movimiento cerca de un cobertizo abandonado, una figura delgada que parecía ocultarse.

—Hay algo ahí.

Se escuchó el grito de una mujer y un rugido que no podía ser de ningún animal, una de las bestias sin duda. Hagen avanzó rápidamente hacia el lugar de donde provenía el alboroto.

—Finalmente, ya me estaba aburriendo…

Gotnov se quedó un poco atrás mientras sonreía y finalmente siguió a su hermano. Cuando Hagen llegó hasta su objetivo pudo ver a una mujer que se encontraba acorralada junto a su hijo, a quien protegía con su cuerpo. A unos cuantos metros un solitario y pequeño sheitan estaba por atacarlos. La criatura estaba bastante flaca, con algunas heridas de bala desperdigadas por todo su cuerpo; era evidente que esta criatura había enfrentado previamente a humanos y escapado. Hagen la observó unos instantes sin importarle en absoluto la integridad de la mujer o del pequeño, analizó a la criatura, evaluó su comportamiento; la conducta de la bestia revelaba miedo, parecía incluso que dudaba en atacar, vio en el monstruo a algo más que un demonio, vio a un ser vivo, a un animal hambriento y herido; no se habría alimentado en algún tiempo lo cual lo hacía más débil pero impredecible.

—¡POR FAVOR, AYÚDENOS!

La mujer gritaba desconsolada mientras su hijo, un joven adolescente de alrededor de trece años, lloraba asustado en sus brazos. El grito de la mujer sacó a Hagen de su estupor más no mostró reacción emocional al verla suplicante; tomó su rifle y disparó una ráfaga hacia el sheitan, la bestia recibió el impacto en su costado izquierdo, siendo mayormente herido en el brazo y abdomen, el impacto lo hizo retroceder un poco pero también lo puso más agresivo. Hagen caminó sin prisa entre el demonio y la mujer que guarecía a su hijo, y se disponía a rematar a la bestia, la tenía de frente pero bajó su arma ante la mirada aterrada de la mujer que no dejaba de llorar y gritar, lo que comenzaba a molestar al menor de los hermanos; el sheitan estaba próximo a lanzarse contra los tres humanos cuando su garganta fue atravesada con un largo y oxidado tubo que había sido trozado y del que una parte había quedado en forma de punta. Gotnov lo había insertado violentamente en la parte de atrás de la cabeza de la criatura, la cual se encontraba agonizando a los pocos segundos de haber recibido el ataque. El malévolo hombre la pateó para alejar el cadáver dejando el tubo atravesado en su garganta, se mostraba sonriente y feliz.

—No había necesidad de desperdiciar balas hermanito, estas cosas tienen puntos débiles.

Gotnov había matado a varios sheitans desde que escaparon de su confinamiento. Siendo un hombre tan meticuloso cuando se trataba de matar, mandaba se llevasen los cuerpos de cada criatura muerta a la enfermería, en donde los estudiaba a profundidad, diseccionando sus cuerpos (no sin mucho trabajo a causa de la dureza ya conocida de sus pieles). De ese modo sabía que, al menos en el caso de los humanoides, existían puntos blandos donde la piel no era tan gruesa y donde serían más fáciles de matar al atacarlos, con la herramienta apropiada claro está. Estudió las articulaciones de las criaturas, su composición ósea y muscular, su sistema nervioso; en conjunto con el doctor Héctor pudo conocer mucho respecto a estos seres, ambos descubrieron que estaban vivos, que eran frágiles en ciertas áreas y se formularon algunas hipótesis respecto a ellos. Gotnov incluso alguna vez logró capturar a uno con vida, un pequeño al que mantuvo encadenado durante un par de meses hasta que murió a causa del hambre y la violencia con que se le trató, así pudo conocer cómo se movían y cuál era su patrón de conducta antes de atacar.

—¿Se encuentran bien?

Hagen no se mostró sorprendido de las acciones de su hermano, aunque dicho sea de paso nada le sorprendía, más aún cuando tenía plena confianza en él, matar a un sheitan no le era más sorprendente que el que matara cualquier otra cosa.

—¡Gracias, muchas gracias señor! —Fue la respuesta dada por la asustada mujer mientras abrazaba a su hijo; estaban flacos, sucios y el niño se notaba enfermo.

—¿De dónde vienen? —Hagen formuló la pregunta de una forma tan robótica que asustó un poco a la mujer, mas ella, en su agradecimiento, le sonrió y contestó amablemente mientras secaba sus lágrimas y las de su hijo con la manga de su sucia blusa.

—Estábamos en un campamento muy pequeño, no podría decirle qué tan lejos de aquí. Nosotros… fuimos atacados por estas cosas hace semanas, no recuerdo cuanto tiempo, pasó todo tan rápido. Era de noche, no se nos dio ningún aviso, dormíamos cuando un gran calor nos despertó, había llamas, todo estaba bajo fuego; sólo alcanzaba a ver las siluetas de esas… cosas, se estaban comiendo a… mi esposo. Algunos pudimos escapar pero nos fuimos separando, ni siquiera me di cuenta cuando nos quedamos solos, yo seguía caminando con mi hijo, esperaba encontrar ayuda.

Hagen escuchó atentamente a la mujer, tenía conocimiento de los campamentos cercanos a Sanquinto pues había enviado exploradores para que trazaran un mapa con todos los puntos de interés. El que uno de ellos fuese atacado significaba que seguramente se habría convertido en un nido de bestias, quizá habría sido lo que atrajo al gigante que había sido visto recientemente.

—Tenemos una comunidad cerca de aquí, son bienvenidos a formar parte de ella si lo desean, les daremos comida, atención médica y protección. —Como era de esperarse, Hagen dijo esas palabras con un tono que no mostraba ningún tipo de emoción, su forma de hablar aterrorizaba a la gente que lo escuchaba; pese al miedo que la mujer sentía de esos hombres, le asustaban más los monstruos que comenzaban a rondar cada vez más por la zona por lo que no dudó en aceptar.

—¿Seguiremos de niñeras? —Gotnov preguntó de forma sarcástica, se rascaba la cabeza y veía a la mujer de pies a cabeza, lo que la hizo sentir incómoda.

Los hermanos junto a la mujer y su hijo emprendieron el camino de regreso a la prisión. Al ver la construcción de Sanquinto la mujer se asustó al darse cuenta de que sus dos salvadores eran huéspedes del lugar, criminales. Hagen notó su nerviosismo y trató de calmarla.

—No se preocupe, no todos los que ahí vivimos somos presidiarios. Hay más personas, tenemos mujeres y niños viviendo con nosotros, no tiene nada que temer.

Hagen sabía cuál era el temor lógico de la mujer y trató de calmarla, explicándole además que las reglas eran estrictas, añadiendo que también aplicaban a aquellos que no fuesen reos. También le dijo que era libre de irse cuando quisiera. La mujer pareció calmarse.

Tras llegar a la prisión mandó llamar a uno de los reos que hacía la función de guardia, le ordenó escoltase a la mujer y a su hijo hacia la enfermería, donde el doctor Héctor habría de atenderla, tras ello regresaron a la oficina principal donde Hagen había mandado realizar una reunión con algunos de sus compañeros.

—La mujer escapó del campamento junto con su hijo, comentó que hubo más sobrevivientes pero que se dispersaron. El campamento probablemente ya sea un nido de criaturas, está algo lejos de aquí pero no lo suficiente.

Hagen, como siempre, era quien iniciaba estas reuniones de emergencia. Al hombre le incomodaba que se hubiera formado un nido de estas cosas tan cerca de Sanquinto, pues estos nidos poco a poco se hacían más numerosos y atraían nuevas criaturas, incluidas las gigantes.

—¿Qué haremos?

—Vamos a organizar tres grupos. —Fue la respuesta. —Dos de ellos, de diez personas cada uno, se dispersarán por los alrededores, buscarán a los sobrevivientes y los traerán a Sanquinto; irán bien armados para exterminar a cualquier bestia con que se encuentren.

—¿No crees que es un desperdicio de tiempo y municiones el buscar a esta gente? —Gotnov no compartía las ideas mesiánicas de su hermano.

Hagen no respondió.

—¿Qué hay del otro equipo?

—Será conformado de treinta hombres, los mejores que tenemos, equipados con nuestro mejor armamento. Será dirigido por mi hermano e irán a comprobar si existe algún nido, si lo hay exterminarán a toda bestia que encuentren. Al terminar con ellos traigan de vuelta cualquier cosa de utilidad. —Hagen respondía con su calma habitual.

—Deberíamos hacer eso mismo con todos los campamentos, aún si no fueran atacados por esas cosas.

Gotnov ya había propuesto eso tiempo atrás, saquear campamentos pequeños y forzar a sus habitantes a integrarse a la comunidad de Sanquinto o matarlos si se resistían. Consideraba que necesitaban los recursos con los que esos campamentos contaban y también que esas acciones les darían mayor poder sobre esa gente a su alrededor. Hagen nunca había aceptado tal tipo de propuestas, en parte porque no quería llamar la atención de grupos más grandes, incluso ya habían protegido tiempo atrás a algún campamento que estaba en riesgo de un ataque sheitan, salvándolos sin pedir nada a cambio.

—Ya saben qué hacer, limítense a este campamento. Está ubicado al este de aquí, será un largo camino, tendrán que ir bien preparados.

—Bueno, bueno, al menos ya tengo algo interesante qué hacer, comenzaba a aburrirme siendo buen samaritano. —Gotnov anhelaba el conflicto, vivía para pelear, para causar destrozos. El fin del mundo aparentemente lo había dejado en el bando de los buenos pero no se sentía cómodo así. Una misión de exterminio, aunque fuera de criaturas, era lo que necesitaba para sentirse vivo.

Faltaba poco para concluir la reunión, los equipos estaban siendo integrados por los miembros más capacitados de la comunidad de Sanquinto, Hagen por supuesto, no iría pues debía mantener el orden en la prisión. Las cuadrillas de rescate patrullarían las inmediaciones en un radio de cien kilómetros, buscando a todo aquel sobreviviente de la masacre. Por su parte el equipo de ataque marcharía directo al campamento en un viaje por demás peligroso, principalmente porque tal cantidad de personas caminando juntas atraería sin duda a las bestias; ambos equipos partirían al amanecer. Estaban los miembros de la junta por marcharse hasta que fueron interrumpidos, alguien llamaba a la puerta y solicitaba una audiencia con el «alcalde».

—Hagen… Tenemos un problema. Una chica, una de las rescatadas… Asegura que fue violada.

—No veo cuál es el problema, averigüen quién fue y ejecútenlo delante de todos, hagan que la chica les diga el nombre del responsable y córtenle la cabeza en el patio. —Hagen respondía con poco interés.

—Está muy asustada, se niega a decir quén le hizo eso.

Hagen dio por terminada la reunión, manteniendo el plan de partir al amanecer. A continuación él y su hermano se dirigieron a la enfermería, donde la afectada se encontraba siendo atendida. Estaba en muy malas condiciones, el atacante la había golpeado con salvajismo; la chica había perdido varios dientes, tenía un ojo morado y muy inflamado, mismo que el doctor pensaba podría perder y ansiaba retirarlo. Presentaba laceraciones y golpes en todo el cuerpo, Hagen se acercó a ella sin mostrar ninguna impresión por su condición, sin la menor compasión.

—¿Quién hizo esto?

—…No… puedo… decirlo, tengo miedo.

—Esta persona infringió las reglas, la comunidad se desmoronaría si queda impune. Es necesario que digas quién fue para que se le castigue, dame un hombre, aunque no sea de quien te hizo esto; alguien debe ser castigado. —Trataba de ser cauto pero sus palabras sonaban huecas, la pobre chica se asustó aún más a causa de ese hombre.

La mujer se limitó a llorar, temblaba; mantenía su silencio mientras Hagen la observaba inmóvil e impasible, esperando su respuesta. Tras unos cuantos segundos y ya desesperado, Gotnov decidió intervenir, se acercó a la mujer, quien quedó petrificada ante su presencia.

—Escucha niña, mírame bien. Me vas a decir ahora quién fue, que estoy perdiendo la paciencia.

La chica, asustada ante la maligna mirada de ese hombre perverso, sólo pudo decir que el tipo es muy fuerte, que los mataría. Gotnov se ríe y responde.

—No hay nadie más fuerte que yo. Habla ya.

En el patio continuaban unos trabajos de reparación a varios muebles que se habían desgastado. Entre los trabajadores se encontraba un sujeto calvo, tatuado en todo su cuerpo y de casi dos metros de estatura. Pesaba más de cien kilos de grasa y musculatura. Usaba una barba de candado, del color más negro que el cabello humano pudiera alcanzar. Le llamaban «Mole» debido a su fuerza y a su gusto por ese platillo, más su nombre real era desconocido. A él se acercó Hagen junto a un grupo armado de sus guardias, quienes de inmediato lo separaron de su grupo y le explicaron lo que estaba por suceder.

—¡Esa perra habló! —Mole estaba bastante molesto, no pudo resistir la tentación y tampoco pudo contenerse al momento de ver a la chica que era llevada del hombro por Hagen, quien la sostenía con suavidad pero con una frialdad aterradora. Fue especialmente cruel con ella a causa de tener tanto tiempo sin estar con una mujer. Debido a su peso, tamaño y fuerza, le causó daños más serios de los que cualquier otro pudiera ocasionar. Era un hombre extraordinariamente fuerte y violento pero solitario, sin nada qué hacer ante Hagen y sus guardias armados, más aún cuando sólo aquellos seleccionados por el «alcalde», sus hombres de confianza, tenían el permiso de portar armas.

Hagen obligó a Mole a ponerse en cuclillas, mirando su ojos que expresaban una mezcla de furia y miedo. Por un instante pensó en defenderse, ponerse de pie y matar a tantos como pudiera, ver los ojos calmos y casi sin vida de Hagen le paralizó el corazón y le hizo contener la respiración, estaba aterrado. El alcalde estaba listo para ejecutarlo el mismo hasta que fue detenido por Gotnov.

—Espera hermano. Míralo, el tipo está arrepentido de lo que hizo, quiero darle una segunda oportunidad.

Hagen bajó el arma y lo miró con frialdad, no dijo nada.

—Te diré esto, ¿Mole verdad? No podemos permitirnos que se quiebren las reglas, sé que lo entiendes pero tú, me agradas, me agrada la fuerza. ¿Qué te parece si salvas tu vida a golpes?

Hagen no parecía muy feliz por lo que su hermano estaba por realizar pero le permitió continuar. Gotnov era el único en Sanquinto que no estaba bajo las órdenes del «alcalde». Por su lado Mole no dudó en aceptar, era su única oportunidad de salir vivo.

Fueron rumbo al área del patio destinada a servir para combates entre los presidiarios donde se reunió gran cantidad de personas para presenciar el espectáculo; ver pelear a Gotnov era algo que muchos deseaban mientras que Mole ya había peleado varias veces y se había hecho de alguna fama a causa de su fuerza desmedida. Se formó un círculo alrededor de los dos contendientes y los gritos de emoción se elevaron. No hubo ceremonias, no cantaron himnos, no tenían réferi, los dos hombres comenzaron a golpearse sin decir palabra.

Mole lanzó el primer golpe, que impactó directamente en la cara de su oponente, le siguió otro directo a las costillas de Gotnov, sacándole el aire y forzándolo a poner una rodilla en el suelo. Mole se acercó tan rápido como pudo, lo tomó del cuello y lo levantó con ambos brazos para asfixiarlo en el aire. Gotnov era alto pero Mole lo era mucho más, sus pies se separaron casi veinte centímetros del suelo mientras los fuertes brazos del gigantesco reo le apretaban fuertemente el cuello exigiéndole que se rindiera.

Hagen no se movía ni mostraba el menor interés por la pelea, el resto de los asistentes vitoreaba a Mole o gritaban emocionados. La sangre corría por la frente de Gotnov y se deslizaba hasta las manos del inmenso Mole, sangre producto del primer golpe recibido. Mole lo sostenía aún por lo alto mientras su oponente trataba de librarse del agarre, lo cual lucía difícil.

—¡YA RÍNDETE! —Gritó Mole una vez más, espuma de saliva brotaba de su boca.

Gotnov entonces movió su brazo derecho hacia atrás, perdiendo así algo del sostén que tenía, dejando su cuello más vulnerable al estrangulamiento, propenso a quebrarse. La sangre que se había filtrado entre las manos del gigante le impidió apretar con fuerza; Gotnov asestó un fuerte golpe al codo de su oponente, directo en la articulación, trozándolo en el acto; el ruido del hueso quebrándose hizo sonreír a Gotnov. Mole lo soltó y gritó de dolor tomando su brazo lastimado con la otra mano, el hueso había perforado la piel y brotaban grandes cantidades de sangre; Mole estaba pálido, en shock. Gotnov, con la cara cubierta por su sangre, se reincorporó del suelo sin dejar de sonreír, acercándose a su oponente le asestó varios golpes directo a al rostro, suficientes para dejarlo en el piso, con el semblante totalmente desfigurado y casi ahogándose en su propia sangre.

—Es todo… me rindo.

Mole no podía seguir peleando. Con Gotnov de pie frente a él, esperaba que le dieran el tiro de gracia, mas eso no sucedió. El malévolo hombre continuó golpeándolo repetidamente, directo en la cara. Los espectadores no vitoreaban más, habían quedado en silencio, asustados ante la brutalidad de aquel sujeto que, tras un sólo golpe, había derribado al gigante. Hagen se mantenía impávido, observaba a su hermano hacer lo que era normal para él. Pasó un minuto de golpes sin respuesta y Gotnov se levantó, cansado y sonriente, con el rostro completamente rojo por su sangre mezclada con la de Mole, sus puños manchados con carne y sangre. Sólo sus grises ojos y su blanca sonrisa destacaban en su cara. Mole yacía en el suelo, muerto y con la faz destrozada.

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