El Programa GAMER – La Era de los Sheitans – Capítulo 18 Exterminio

—Les digo que esta misión me da mala espina.

—Todas las misiones te dan mala espina Paxon.

Velásquez respondía a las quejas de su compañero del único modo que cualquier persona normal podría hacerlo, las ignoraba con cinismo. El cabo Paxon, la soldado Velásquez y el teniente Ricco, únicos sobrevivientes del Grupo Nubarrón, se encontraban apostados en un frágil campamento levantado en la misma terrible ciudad en la que su grupo fuera masacrado poco tiempo atrás. No iban solos, los acompañaban noventa y siete soldados más, mismos que, junto a los tres militares, tenían la loable misión de exterminar a todo sheitan que se encontrase en dicha ciudad; para los tres sobrevivientes del pelotón de Cyrus más bien se trataba de cobrar venganza.

Después de los sucesos que acontecieron en aquel lugar y que acabaron con un escuadrón de élite, dejando al más grande héroe militar de la actualidad debatiéndose entre la vida y la muerte; los dirigentes de Blossom decidieron que no podrían permitir la existencia de un nido tan cercano a su campamento. Enviaron a un nutrido grupo castrense con suficiente artillería como para exterminar cualquier amenaza. Constaba de cien soldados, armados con equipo pesado, lanza-misiles, tanques, metralletas de alto calibre y vehículos a gasolina. Tales acciones eran un riesgo pues todo el ruido que generaban, así como el volumen tan grande de personas, podría atraer más bestias a la zona; si éstas fueran pequeñas o medianas estaban totalmente capacitados para aniquilarlas, no obstante y de acuerdo con el reporte de los dos sobrevivientes, el gigante debía estar por la zona y aunque iban bien preparados para hacerle frente, la posibilidad de matarlo era una incógnita que los aterraba. El pequeño ejército tenía poco de haber llegado y se encontraba descansando tras su expedición, alistándose para atacar tan pronto el comandante diera la orden.

—Esto no me gusta, somos blanco fácil aquí. —Paxon se quejaba por décima ocasión en menos de media hora.

—Podrías desertar. —Dijo Velásquez sin voltear a verlo.

—¿Y ser expulsado de Blossom? No gracias. Estar en la milicia es una patada en las bolas pero al menos tengo un lugar seguro donde dormir, aunque sólo sea algunos días a la semana. Escúchenme amigos esto es un complot, se quieren deshacer de nosotros para hacer espacio para ese montón de nerds.

La milicia no veía con buenos ojos a los GAMERS, esos novatos que estaban acaparando tanta atención y recursos, teniendo las mejores barracas para ellos y forzando a reubicar a los verdaderos soldados a lugares menos confortables o, en ocasiones como esta y de acuerdo a la teoría conspirativa de Paxon, a una misión suicida para hacerles espacio.

—Es totalmente injusto, nosotros llevamos años rompiéndonos los culos para proteger a nuestro país y miren cómo nos pagan. Ya ni siquiera podemos renunciar o nos condenan como traidores, expulsándonos. ¿Y a ellos? Si renuncian simplemente los regresan a la vida de civil.

Efectivamente existía diferencia en la exigencia hacia los soldados regulares y los GAMERS. A los primeros se les consideraba traidores en caso de dejar las fuerzas armadas y la sanción se había hecho más severa desde que inició el fin del mundo. Para cualquier militar el dejar su puesto era equivalente a una sentencia de muerte pues serían expulsados del campamento en que se encontraran. Tales reprimendas no aplicaban a los GAMERS quienes tenían carta abierta para renunciar, a lo que simplemente perdían los beneficios otorgados por el Programa GAMER y sólo eran enviados de vuelta, con muy poca seguridad por cierto, a sus campamentos originales, lo que era casi una condena de muerte.

—En eso tienes razón. —Respondió Ricco, quien por su rango era el segundo al mando en el grupo. —Estos políticos están perdiendo su tiempo y nos van a cargar en el proceso; a esos niños los van a matar en cuanto los pongan en una batalla real. —Añadió.

—Y no sólo eso, te apuesto que tendremos que hacer de niñeras. Van a hacer que nos maten también. —Se quejó nuevamente Paxon.

—¿No decías que planeaban hacer que nos mataran en esta misión? —Le increpó Velásquez.

—…Tú sabes a qué me refiero. —Finalizó el cabo.

Paxon bebió un sorbo de café mientras fumaba la colilla de un cigarro que compartía con sus dos camaradas. Los tres se encontraban sentados al lado de una fogata, descansando por el momento. Quien los viera pensaría que se trataba de unos amigos en un cómodo día de campo, mas el equipo militar y los vehículos estacionados era evidencia suficiente para saber que estaban preparados para el combate.

—Dales un poco de tiempo. —Dijo Velásquez. —He escuchado que no lo están haciendo tan mal. Hay una chica que dicen podría patear tu huesudo trasero Paxon.

Paxon hizo una risa fingida, Ricco dejó escapar una real.

—Todo será mejor cuando el capitán se mejore. —Velásquez dijo estas palabras con una clara tristeza.

—¿No lo viste? ¿No viste en qué condición lo dejaron? Ni siquiera el capitán podría soportarlo. ¡Le deshicieron la piel! —Paxon mostraba verdadero terror al recordar los eventos en la ciudad.

—¡YA SÉ COMO QUEDÓ! —Gritó desconsolada Velásquez, a lo que Ricco la tranquilizó, no tenían permitido hablar fuerte. —Pero lo necesitamos, sin él estamos acabados. —Sollozó una vez más.

El ambiente se puso melancólico tras las palabras de Velásquez, en especial al ver su rostro triste, lo que causó un efecto desgarrador en el ánimo de sus colegas pues ella siempre había sido considerada una “chica ruda”. Todos respetaban al capitán Cyrus, lo creían invencible, le habían visto enfrentar situaciones imposibles y nada parecía capaz de doblegarlo; verlo en la condición que quedó les había hecho perder la esperanza y el Programa GAMER no parecía capaz de devolvérsela.

Guardaban silencio mientras bebían café y fumaban lo que les quedaba de tabaco cuando un pequeño pelotón, liderado por un elemento mucho más que maduro de lo esperado, se acercó a los tres. Ricco rápidamente se levantó para saludar con todo el respeto del que era capaz, sus dos amigos le imitaron un segundo después; Paxon tiró su café sobre sí mismo por accidente, dejando escapar una imprecación que fue reprendida con severidad por el distinguido hombre recién llegado.

—En descanso teniente.

El recién llegado era el líder del pelotón, un elemento de rango superior al del propio Cyrus, era el Brigadier General Ezequiel Humme. Un militar de edad avanzada a quien se le consideraba una gran influencia para Cyrus durante sus inicios en la milicia. Era un hombre respetado aunque afectado por sus cerca de setenta años de edad. Casi totalmente calvo, con unas pocas canas incipientes en los pocos cabellos que se aún aferraban a su cuero cabelludo, de piel tostada y arrugada, llena de marcas por la edad y cicatrices; nariz achatada y ojos que se entrecerraban cada vez más a causa de su gradual pérdida de vista; y que pese a ello ardían con la intensidad y autoridad de quien había experimentado miles de batallas y había estado constantemente viendo a la muerte a los ojos. Se encontraba en una condición física cada vez más decadente, causada por los efectos de su carrera militar y su avanzada edad. Se había retirado del ejército algunos años antes del fin del mundo buscando, por fin una vida tranquila, no obstante no podía dejar a su país cuando más lo necesitaba y decidió retomar sus deberes, en cuestiones de escritorio según creía, tras la elevada cantidad de bajas de oficiales que estaban teniendo. Aunque no habría de participar directamente en la operación, había sido designado por los dirigentes de Blossom para liderar el grupo de exterminio, confiaban que su experiencia sería fundamental y que estaba bien protegido para solventar sus deficiencias físicas, Humme no objetó la decisión.

—¿General? —Respondió Ricco.

—Encontramos el nido, como lo suponíamos les gusta la oscuridad. Están en los túneles del tren subterráneo. El scanner calcula poco más de cincuenta.

—¿¡CINCUENTA!? Pero si matamos al menos a veinte la última vez. —Paxon reaccionaba incrédulo por la cantidad, la cual no se esperaba. Por supuesto fue reprendido por el general tras alzar su voz.

Humme se mostraba tranquilo, con el equipo con que contaban serían capaces de exterminar a cincuenta sheitans, ni siquiera necesitarían de los tanques.

—¿Y el grande? ¿Qué pasó con el grande? —Preguntó.

—No hay rastro de él, si estuviera aquí el scanner ya lo hubiera detectado. —Fue la respuesta que recibió del general, quien, anticipando el reproche de Ricco y no queriendo tener que discutir, pues estaba agotado, se retiró al cuarto de comando tras informarles que atacarían en treinta minutos.

—Santo Dios, ¿de verdad vamos a meternos ahí abajo?

—Tranquilo Paxon, somos cien de nosotros, ya viste el equipo con que contamos. Estaremos bien. —Ricco trataba de calmar a su compañero de armas.

—Genial, ansío hacerles pagar por lo que hicieron. —Velásquez era famosa por su valor, casi rayando en locura. No le molestaba internarse en la oscuridad de los túneles, siempre y cuando tuviera municiones suficientes para una masacre de bestias.

Después de un último sorbo de café que buscaron alargar tanto como les fuese posible, los tres se dirigieron a la improvisada armería, donde habrían de equiparse para un duro combate.

El equipo que había demostrado cierta eficacia en la lucha contra los sheitans consistía en rifles M16A4 tradicionales, regulares en el ejército, y que utilizaban una munición 5.56x45mm NATO. Estos rifles por sí mismos no tenían el poder suficiente para derribar a una gran cantidad de sheitans aunque su cadencia de disparos podía aniquilar a uno o dos con un sólo cargador. Dicho esto y pese a que cada soldado contaba con uno de estos, su función era de emergencia pues el armamento que se habría de utilizar para esta situación específica consistía en poderosas ametralladoras ligeras M60, un arma de gran tamaño y peso que disparaba municiones 7.62x51mm NATO, más grandes que las de los M16A4. Estas armas eran otorgadas a la mitad de los soldados, quienes serían los encargados de la primera línea de ataque; las M60 tenían el poder y cadencia suficiente para perforar concreto, lo cual las hacía ideales para acabar con bestias chicas y medianas. Disparaban hasta 650 rondas por minuto y, gracias a su potencia, sólo serían necesarios unos pocos impactos en zonas vulnerables, como la cabeza, para matar a cualquier demonio que se atraviese. Además portaban un casco que contaba con un aparato de visión nocturna, lo que sería de inmensa ayuda dentro de la oscuridad de los túneles. Contaba dicho casco con una linterna de emergencia que debía estar apagada, pues no deseaban alertar a las criaturas. Para complementar y debido a que su enemigo emanaba gases tóxicos, especialmente al estar acumulados en una zona cerrada, contaban con máscaras de oxígeno. Como no habrían de enfrentarse a balística el uso de chalecos antibalas no era necesario por lo que era un peso menos que debían cargar.

Treinta y nueve soldados más utilizaban un equipo experimental que había demostrado buenos resultados en los tests. Llevaban ametralladoras pesadas Browning M2, las cuales, debido a su gran peso, de cerca de cuarenta kilogramos, iban montadas sobre un arnés hidráulico que se cernía alrededor de la cintura y espalda de los felices portadores de dicha arma. Las M2 disparaban poderosas municiones calibre .50 de forma completamente automática, pudiendo alcanzar una cadencia de tiros de casi mil balas por minuto. Era un armamento terrible con el que esperaban recibir a cualquier sheitan de gran tamaño que se encontrase en la localidad, al que esperaban poder derribar con una ráfaga combinada de estas armas. Este equipo formaría la retaguardia del pelotón, quedándose atrás y tomando una función más defensiva, guardándose de disparar a menos que fuese absolutamente necesario pues su gran poder destrozaría no sólo a las criaturas sino a cualquiera de sus compañeros que estuviese en el camino. Los elegidos para portar tales armas tampoco contaban con gran movilidad pues el peso combinado del arnés y la propia arma los hacía considerablemente lentos. Por estar atrapados en una zona oscura, cerrada y profunda, los explosivos no estaban permitidos por el riesgo que conllevaban de colapsar la estructura. Los lanzallamas tampoco se podían utilizar pues éstos causarían una explosión al mezclarse con los gases de los sheitans. Lo que es peor, estas criaturas tenían una resistencia anormal a altas temperaturas por lo que no serían de mucha ayuda de todos modos.

En el exterior y estacionados algunos metros antes de los límites de la ciudad, se encontraban siete vehículos blindados M1117, equipados con ametralladoras pesadas Browning M2 montadas en las torretas, así como un par de tanques M1 Abrams, equipados con las mismas ametralladoras y con un cañón de 105 mm. L/52 M68. Aunque estos vehículos definitivamente no se podrían utilizar en los túneles, tenían como finalidad la de brindar protección en caso de encontrarse con el gigante. Con la finalidad de evitar que el ruido de los motores alertara a las bestias que seguramente se encontraban escondidas, fueron estacionados lejos del punto de combate. Pese a esto se había dado la orden a los diez soldados restantes de regresar al punto de llegada para trasladar los siete M1117 a las salidas del subterráneo, desde donde estarían plantados para exterminar con las M2 a cualquier sheitan que tratara de escapar.

Para localizar el lugar en que las bestias se encontraban, el ejército utilizaba una cámara termográfica que era capaz de localizar objetos que emanasen calor. Siendo los sheitans unas criaturas cuya temperatura interna era extraordinariamente elevada debido a su rápido proceso digestivo, estos aparatos eran capaces de encontrarlos aunque estuviesen a varios metros de profundidad y bajo estructuras de concreto o acero. Tras un extenso barrido de la ciudad, se había localizado el punto donde estas criaturas descansaban, actividad que, afortunadamente para estos hombres y mujeres, realizaban juntos gracias a sus fuertes instintos animales. Fue tras este escaneo que el general Humme no pudo encontrar al gigante, el cual hubiera sido fácilmente localizable de encontrarse en la cercanía.

Una vez preparados, los noventa soldados se dividieron en dos grupos, los cuales tomaron dos entradas opuestas con el fin de atrapar a los demonios por dos flancos. Con cada grupo comprendiendo veinticinco portadores de M60, además de su reglamentaria M16A4 y municiones para ambas; así como veinte portadores de M2 en un equipo y diecinueve en el otro, quienes sólo llevaban el arma, el arnés y pesadas municiones calibre .50. Conocían exactamente la ubicación de las criaturas y con los vehículos M1117 en camino para cubrir cualquier salida en la proximidad, confiaban plenamente en el éxito de la misión. Por su lado Paxon deseaba haber formado parte del equipo que iría a por los vehículos más tuvo que aceptar el portar un M60 y ser parte de la vanguardia junto a los dos miembros restantes del Grupo Nubarrón. Contrario a los deseos de los militares y a las órdenes que había recibido, Humme no quiso mantenerse al margen y decidió descender junto a uno de los grupos.

El descenso fue en absoluto silencio, con el equipo de visión nocturna activado y las linternas apagadas. Marchando en filas de cuatro soldados, con los portadores de M60 al frente. Tras bajar las desmejoradas escaleras el pelotón se vio envuelto en la oscuridad.

El subterráneo estaba en ruinas, cubierto de suciedad, sangre, restos humanos y animales. Avanzaban despacio, tratando de evitar hacer algún ruido que alertase al enemigo de su presencia. Los vagones del metro se encontraban volcados y las paredes mostraban indicios de haber recibido en numerosas ocasiones las garras de los sheitans. Pese a que no estaba permitido hablar, Velásquez no pudo contenerse.

—¿Escuchan eso?

La soldado iba un poco más atrás de Ricco y Paxon, posiblemente para impedir el escape de éste último.

—Suena a ronquidos. —Dijo Ricco.

—Y huele asqueroso. —Añadió Paxon.

—¡Silencio! Están cerca. —Los reprendió el general.

Tras avanzar algunos minutos el olor en el aire se volvió más desagradable y la temperatura se incrementó considerablemente. Las emanaciones de gases de estas criaturas eran las causantes del mal olor, que también era tóxico, por lo que procedieron a ponerse sus máscaras de gas. La temperatura se incrementaba debido a la concentración de calor de estas bestias las que, agrupadas en tal cantidad, elevaban este ambiente encerrado, carente de cualquier ventilación, hasta pasados los sesenta grados Celsius.

—Ahí están… maldición, ahí están. —Paxon pudo contener su grito de alarma al ver la imagen, verdosa a causa del filtro de los lentes de visión nocturna, de casi cincuenta bestias descansando juntas. Tal panorama podría parecer hasta encantador debido a la tranquilidad que dejaban ver, pero los soldados no se dejaban engañar, eran verdaderos demonios que los destrozarían si les diesen oportunidad.

—A mi señal. —Susurró el general que se dirigía a la retaguardia, no por cobardía, comprendía que, por su edad, estorbaría más de lo que pudiera ayudar. Humme no venía armado con ningún tipo de armamento pesado, siendo la M16A4 lo más potente con que contaba y aun así era demasiado pesada para su frágil cuerpo. Fue a colocarse junto a los portadores de M2, observando a las criaturas desde la distancia. Tras esperar a que ambos grupos se encontrasen en la posición acordada y mediante radio, habló en voz baja directamente al oído de cada uno de los otros ochenta y nueve soldados. —Fuego.

Los portadores de M60 iniciaron el ataque. El fogonazo de la primera ráfaga de balas desgarró la penumbra, haciendo las municiones lo propio con la carne de los sheitans. El ruido de cada disparo era amplificado por el eco del gran espacio cóncavo. Una vez iniciado el ataque nadie podría escuchar nada que no fueran disparos y rugidos.

Al recibir la primera oleada de balas, los sheitans se dispersaron.

Era de esperarse que el ataque inicial no fuera suficiente para acabarlos a todos pero aniquilaron a menos de los que se tenían contemplados. Sus pieles eran bastante gruesas, aún para las balas 7.62x51mm NATO de los M60; los impactos que no eran letales, para mala fortuna de los soldados, ponía a estos demonios de peor humor.

—¡YA VIENEN! —Gritó Paxon, liberado de no tener que seguir guardando silencio y libre para quejarse cuanto quisiera.

—¡MUERAN MALDITOS HIJOS DE PUTA! —Gritaba Velásquez, claramente furiosa, disfrutando de la venganza del Grupo Nubarrón.

Ocho sheitans murieron tras la primera ráfaga, el resto se dispersó en varias direcciones, la mayoría con algunas heridas menores. Eran todos de los llamados pequeños, de poco más de dos metros de estatura. Se movían como monos, utilizando sus brazos para alcanzar mayores velocidades y apoyando sus piernas en las paredes y techos para impulsarse y atacar. Era necesario acabarlos rápidamente ya que si empezaban a lanzar bolas de fuego, el ambiente enrarecido por los gases de estos monstruos podría explotar.

Los soldados se vieron rápidamente rodeados por estas criaturas por lo que hubieron de romper la formación. Continuaban disparando sus M60 hasta que se terminaron las municiones, recargarlas tomaba tiempo del que no disponían. Ahí fue cuando entró en acción el poderoso grupo de treinta y nueve M2, quienes estaban preparados para esta situación. Corriendo a ubicarse fuera de la línea de tiro, los portadores de M60 se hicieron a un lado permitiendo a los poseedores del equipo pesado hacer lo suyo. Tras unos pocos segundos de fuego la lucha había terminado, no quedaba ningún sheitan completo, habían perdido extremidades o estaban completamente destrozados y muertos. Las balas calibre .50 eran aterradoras. Un tenue ruido de detonaciones, provenientes de los M1117, se escuchaba a lo lejos, estaban acabando con los pocos demonios que trataron de escapar.

Tres soldados habían perdido la vida una vez concluido este ataque, otros quince presentaban heridas profundas, producidas por las garras de los demonios. Paxon sangraba de la frente y Ricco había recibido algunos rasguños en los brazos que le dejarían cicatrices. Velásquez, quien no había sufrido más que algunos daños menores, se acercó a un sheitan que yacía desmembrado en el piso, aún con vida y lo ejecutó de una ráfaga de M60 a la cabeza, dejándola totalmente destrozada.

—Esto fue más fácil de lo que esperaba. —Dijo Paxon alegremente antes de ser regañado por Ricco.

—¡Paxon guarda silencio! Murieron tres compañeros, para ellos no fue fácil.

El indisciplinado cabo guardó silencio, entendía la razón de la reprimenda.

—Pero… tienes algo de razón, no se defendieron tanto como usualmente lo hacen. —Dijo Ricco. —Normalmente son más rápidas.

Paxon tomó el último comentario de Ricco como un permiso abierto a externar nuevamente su no solicitada opinión.

—Deben admitir amigos que hemos estado en situaciones peores que esta. La última vez por ejemplo, enfrentamos a menos demonios y no nos dieron cuartel, nos arrinconaron en segundos y dispararon sus bolas de fuego constantemente.

Aunque las observaciones de Paxon generalmente eran tomadas como payasadas e ignoradas por todos sus compañeros, sus comentarios esta vez tenían cierto peso, Ricco se inquietó.

—No dispararon una sola vez. —Dijo este último.

—Atacamos muy rápido, seguramente no tuvieron tiempo de reaccionar. —Interrumpió Velásquez, quien se había incorporado tras ejecutar al último sheitan que quedaba con vida.

Ignorantes de los pensamientos de los tres sobrevivientes del Grupo Nubarrón, el resto de los valientes soldados consideró la misión como cumplida e iniciaron los preparativos para la retirada. Atendieron a los heridos y sacaron los cuerpos de los tres fallecidos en dirección a los vehículos de carga, de modo que pudieran recibir un entierro apropiado. También apagaron los visores nocturnos pues éstos consumían mucha energía, en su lugar encendieron las linternas de sus cascos, el escáner termográfico no mostraba más indicios de vida fuera de la de los militares ahí abajo. Tan pronto las luces se encendieron pudieron ver el espectáculo del subterráneo de un modo diferente. El verdoso filtro de los visores nocturnos no permitía apreciar mucho detalle por lo que, en combinación con la euforia del combate y la tensión de ser descubiertos por alguna criatura si se descuidaban, los militares no habían podido observar detenidamente las condiciones del entorno.

Las luces provenientes de ochenta y siete cascos deshicieron la oscuridad del entorno y permitieron apreciar el aterrador estado en que se encontraba el subterráneo. Los cuerpos de cuarenta y tres sheitans de tamaño pequeño se encontraban dispersos en el suelo, cubriendo la superficie de sangre, vísceras y carne. Por doquier se topaban con miembros de las bestias que habían sido cercenados a causa de las M2. Las paredes se encontraban destruidas a causa del impacto de miles de balas, abriendo acceso a otras zonas del subterráneo que antes estaban obstaculizadas por escombros o muros de concreto. Paxon, siendo una persona muy curiosa, encontró un hueco que se formó en una pared a causa del daño de los disparos y decidió revisar si encontraba algo de valor adentro. Al observar detenidamente la zona se encontró con un espectáculo que le dejó la sangre helada.

—¡AMIGOS; VENGAN RÁPIDO! —Gritó.

—¿Ahora qué sucede Paxon? —Respondió irritada Velásquez.

—Les dije que esto me daba mala espina. Miren lo que hay aquí adentro. —Volvió a responder el cobarde soldado.

La luz de su casco, combinada con las provenientes de Velásquez y Ricco, quien se había acercado al escuchar los gritos de su subordinado, permitió ver algo que no esperaban encontrar. Estaban ante una cámara abovedada, de gran tamaño y con improvisados sistemas de ventilación. Se podían observar algunas pequeñas construcciones, mesas, sillas, tiendas de campaña, sacos de dormir; el olor era pútrido, lo que inmediatamente hizo que Paxon vomitara. El piso estaba cubierto por sangre coagulada y restos de carne. Decidieron adentrarse y al ingresar pudieron encontrar restos de personas, cientos de ellas, parcialmente devoradas por los sheitans, pudriéndose lentamente, convirtiéndose en hogar de miles de gusanos y muchas otras alimañas. No había un sólo cuerpo intacto, la mayoría apenas y conservaban algunos huesos, unos pocos tenían aún algún pedazo de carne, piel u órgano. La ropa estaba hecha jirones, marcas de colmillos y garras alcanzaban a distinguirse por doquier, era un sitio infernal.

—¡POR DIOS! Debe haber casi mil cuerpos aquí. —Exclamó un sumamente aterrado Paxon, a quien sus piernas comenzaban a fallarle, en parte por el miedo y en parte por el olor.

—Debió ser un campamento clandestino, no estaba registrado, no se le pudo dar protección. Hay muchos así, hechos por gente que no pudo escapar a tiempo y que buscó dónde resguardarse. Creyeron que estarían a salvo bajo tierra, incluso levantaron paredes falsas. Estuvieron aquí un buen tiempo. —Reflexionó Ricco, asombrado de lo que tenía frente a sus ojos.

—No les sirvió de mucho… ¡Pobres desgraciados! —Añadió Velásquez, fría como era su costumbre.

—Pudieron resistir meses. —Volvió a decir Ricco al ver latas de comida y agua que estaban en almacén. —De algún modo los sheitans alcanzaron a llegar, los masacraron.

—Seguramente los acorralaron, quizá atacaron mientras dormían o tal vez esta gente eran un montón de idiotas. —Respondió Paxon.

—¿Idiotas? Mira todo lo que construyeron, incluso pusieron una pared de concreto para camuflarse aquí adentro. Esta gente no era idiota. —Defendía Velásquez a los casi mil cadáveres que yacían en el piso mugroso, pegados a él gracias a su propia sangre cuajada, pudriéndose más allá del reconocimiento.

Ricco continuaba tratando de comprender qué había sucedido ahí, no hacía mucho tiempo de acuerdo al estado de los cuerpos. Investigaba la zona junto a sus compañeros cuando, justo donde el ejército masacró a los casi cincuenta sheitans que dormían, el escáner termográfico se iluminó con una fuerte luz roja.

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