El Programa GAMER – La Era de los Sheitans – Capítulo 24 – Un día más en el infierno

Molido a golpes era como un hombre terminaba sus días; tenía el cabello empapado de sangre, enmarañándose conforme ésta se coagulaba sobre mechones dispersos que trataron sin éxito de escapar de la golpiza; uno de sus ojos se había salido de su cuenca, la nariz estaba rota en varias partes, deformada de manera espantosa; la mandíbula dislocada, varios dientes desaparecidos, algunos de ellos adornaban el suelo al lado de los cuales, sobre un charco de sangre, yacía un cuerpo enorme; la manera en que se encontraba tirado indicaba que fue muerto antes de caer. A algunos pasos del cadáver, Gotnov limpiaba de sus puños la sangre que le había quedado impregnada, después de lo cual se secaba con un pañuelo el sudor de la frente y se acomodaba su larga cabellera, casi platinada, que ya estaba alborotada por la actividad; no dejaba de sonreír.

—¿Te diviertes hermano?

Hagen no aprobaba los métodos de su hermano mayor a quien consideraba un salvaje, pero tampoco deseaba contradecirlo.

—Es más divertido que estar de niñera. Y no sé por qué te molesta, tú fuiste quien lo condenó a muerte, al menos yo le di una oportunidad de salvarse; soy más humanitario.

No se trataba de un homicidio común sino, como lo llamaba Hagen, de un acto de justicia. El hombre que acababa de perder la vida había violado y asesinado a una pequeña niña, por lo que Hagen le había condenado a muerte. Sin embargo Gotnov decía con humor sarcástico que su hermano era muy cruel por lo que siempre les daba a los condenados la oportunidad de salvar la vida si es que lograban matarlo en un combate uno a uno; evidentemente nadie lo había logrado y encontraban una muerte peor que la que hubiera sido con una ejecución tradicional.

El grupo de poco más de cincuenta indeseables no se encontraba en aquel momento en Sanquinto, pues por orden de Hagen se habían movilizado rumbo a una pequeña comunidad rural muy cerca de la prisión, lugar ya conocido por muchos de los reos y que era donde se resguardaban algunos habitantes que habían logrado sobrevivir todo este tiempo por su cuenta y casi sin apoyo de su gobierno; lamentablemente para ellos un nido de sheitans se había formado recientemente en un pozo cercano por lo que, temerosos, acudieron a los indeseables en busca de ayuda, servicio que Hagen había decidido brindarles a cambio de la obtención de nuevos integrantes para su ejército, a quienes él mismo seleccionaría sin que se le pudiera objetar (tal era el trato). Gracias a las nuevas M2 Browning que habían obtenido con la «aprobación» de Ezequiel Humme, y de algunas balas artesanales que más o menos funcionaban, no fue complicado arrasar con el incipiente nido, salvando con ello a cientos de pobladores quienes agradecieron su ayuda y ofrecieron su pequeño poblado para descansar; error que le costó la vida a una pequeña e inocente niña, así como al mencionado hombre al perder éste el control de sus impulsos, con las consecuencias ya mencionadas.

—¿Ya nos vamos? —Preguntó Gotnov, a quien usualmente divertían las ocurrencias mesiánicas de su desquiciado hermano, se entretenía con un cuchillo que usaba para raspar sangre seca de entre sus uñas.

—Al amanecer, acepté que nuestros nuevos elementos gozaran de una noche más para despedirse de sus familias, seguramente no las volverán a ver.

—Conmovedor. —Dijo Gotnov con sarcasmo.

Debido a la falta de cuidado (e interés) de parte de los hombres de Gotnov durante la destrucción de la madriguera de los demonios, algunos sheitans lograron escapar rumbo a la aldea, donde causaron bastantes destrozos antes de ser masacrados por los indeseables al darles alcance. Algunas de las casitas de madera se habían venido abajo por efecto de alguna bola de fuego o de la huída desesperada de las criaturas, las calles pequeñas y anteriormente limpias gracias al trabajo comunal, estaban tapizadas de vidrios y casquillos, mismos que los niños y mujeres del poblado eran «instados» por Hagen a recoger para su reutilización.

El poblado albergó en el pasado a poco más de dos mil habitantes; actualmente sólo permanecían allí menos de un millar de personas, muchos de ellos niños y viejos, acompañados por hombres y mujeres totalmente ordinarios, sin características de utilidad ni algún tipo de entrenamiento o cualidades de supervivencia; Hagen hubo de disminuir un poco sus expectativas para cumplir la cuota que él mismo se había impuesto.

La comunidad había sido levantada en una intrincada zona rural, lejos de carreteras importantes; un camino de terracería permitía llegar al poblado que se ocultaba tras un pequeño pero espeso bosque. Tan remoto e inaccesible era que fue olvidado por sus gobernantes, quienes ni siquiera evacuaron al pobre alcalde local; no era sorprendente pues que tampoco se hubiera extraído al resto de sus habitantes, abandonados quizá para servir como distracción, al igual que sucedió en muchos otros poblados de escasa importancia. Afortunadamente para ellos, su insignificancia también ayudó a que los sheitans no los localizaran, por lo que no se habían visto afectados por los demonios en todo este tiempo; sin embargo su estado era menos que idílico pues a causa de su locación inaccesible, al abandono, la falta de medicinas, comida, y por causa de algunos escapes furtivos de los habitantes; la población se había visto reducida a menos de la mitad de quienes antes vivieran allí, quienes se aferraban con todas sus fuerzas a la escasa seguridad que les quedaba. Las relativamente frecuentes huidas de los pobladores, que deseaban mejores condiciones de vida, captaron la atención de algunas criaturas solitarias que se habían visto atraídas cada vez más cerca a donde esa pobre gente se resguardaba; fue así como se formó un nido cerca del pueblito y era cuestión de tiempo para que toda la comunidad fuese devorada por las terribles bestias. De suerte para ellos que Hagen había sido enterado de la existencia de dicho lugar por medio de un sobreviviente y les había ofrecido su «protección» tiempo atrás.

A causa de la presencia de los hombres de Hagen, los aldeanos se habían visto obligados a apretujarse al interior de una gran bodega de abarrotes para dar a los ex presidiarios acceso total a sus viviendas; dejando el trabajo de limpieza de cadáveres a algunos jóvenes a quienes Gotnov pensaba endurecer a costa de tratar con cosas muertas. Dentro de la bodega, además de acomodarse los aldeanos, guardaban lo que quedaba de provisiones, las cuales temían desaparecieran a causa del voraz apetito e insaciable sed de sus «salvadores».

Haciendo algunas anotaciones en una libretita, donde garabateaba números, nombres y gráficas, Hagen veía con gusto cómo se incrementaba su ejército personal el cual ya se acercaba seis mil individuos, muchos de ellos aptos para el combate.

Hagen, Gotnov y algunos de sus hombres se habían instalado en la lujosa casa del alcalde, muy cerca de la bodega donde la mayoría de los lugareños se escondían. Recibían trato de reyes debido al agradecimiento por salvarlos de la amenaza de las bestias aunque también a causa del miedo que les infundían. Se les otorgaron las raciones más grandes de alimento, lo cual generó molestias entre los habitantes, también bebieron gran parte de las pequeñas reservas de agua, poniendo en grave riesgo la supervivencia de los aldeanos, quienes estaban tan agradecidos por la presencia de los indeseables como temerosos de las consecuencias de tenerlos cerca.

Sucedió durante la segunda noche que uno de los seguidores de Gotnov presuntamente perdió el control y atacó a la niña. Fue la madre de ésta quien, a punto de la locura, lo acusó, asegurando que lo vio observando maliciosamente a su hija. Hagen no tenía ni deseos ni tiempo de hacer largas indagaciones para determinar o no la culpabilidad del hombre y simplemente decidió ejecutarlo públicamente hasta que Gotnov más tarde le daría su «tratamiento humanitario» como él llamaba a sus salvajes peleas con los condenados de su hermano.

La lucha se llevó a cabo durante la noche y lejos de las miradas de los refugiados, bajo el cerco de seguridad otorgado por otros indeseables leales a Gotnov. Una vez terminada el cuerpo fue llevado junto a los cadáveres de los sheitans y aquellas personas fallecidas durante el ataque, donde se les prendió fuego, lo que no hizo mella en los restos de las bestias. Hagen no estuvo presente durante la mayor parte de la lucha (más bien masacre) pues se encontraba con los líderes de la zona, escuchando sus necesidades y prometiéndoles el envío regular de alimento y agua, además de ir seleccionando personalmente a quienes pasarían a formar parte de sus filas, algunos de los cuales realmente deseaban hacerlo.

—¿Cuántos se irán con nosotros? —Preguntó Gotnov. —No parecen muy útiles, la mayoría están escuálidos o son demasiado viejos, serán sólo una carga.

—Nos llevaremos a todos los hombres jóvenes que quedan, son como trescientos, nada muy especial; dejé a los más viejos, los niños y los enfermos. La población restante pidió el envío de comida y agua.

—¿Y piensas dárselas?

Hagen no alcanzó a articular su respuesta al ser interrumpido por fuertes gritos provenientes de la bodega, a lo que siguió una sonora explosión. Hagen, Gotnov y el resto de los indeseables que los acompañaban corrieron a averiguar qué ocurría.

Vieron la bodega en llamas, dentro de ella se escuchaban gritos de mujeres y niños que pedían ayuda, así como rugidos de enormes bestias furiosas que, de algún modo, habían irrumpido en ella. Hagen no se perturbó en lo más mínimo, su rostro no cambió ni mostró alguna expresión; se rascó la frente pues un mosquito le había picado y la comezón ya le incomodaba, ordenó a sus hombres entrar, matar a cualquier sheitan que se encontraran y rescatar, de ser posible, a los pobladores. Los seguidores de los hermanos dudaron unos instantes, consideraban que una batalla en esas condiciones, encerrados en un espacio reducido y sin suficientes municiones, sería riesgosa e innecesaria, no ganarían nada; para ellos sería mejor irse cuanto antes, bastó una severa mirada de Gotnov para que cumplieran sus órdenes.

Contando al pobre sujeto ajusticiado por Gotnov, las pérdidas de los hombres de Hagen ascendían a nueve. Restaban alrededor de cincuenta y siete ex convictos, incluyendo al propio Hagen y a Gotnov. Como siempre, todos bien armados aunque esta vez restaba escasa munición. El enorme portón principal se encontraba cerrado pues los pobladores temían a sus salvadores tanto como a las bestias; fue necesario derribarla a patadas, lo cual no fue fácil pero divirtió mucho al mayor de los hermanos. Al entrar se encontraron con una decena de sheitans que había ingresado gracias a un descomunal boquete hecho por uno de los sheitans grandes que los acompañaba y que había derribado el muro estrellándose contra aquel. Habían destrozado ya a más de cien personas, todo en muy poco tiempo, el piso estaba cubierto de sangre y partes humanas, salpicando las paredes cada que alguien avanzaba. No sabían de dónde salieron, quizá había otro nido, solían conformarse cerca unos de otros; los Indeseables se dispersaron y se prepararon para combatir.

—¡Tenemos ventaja de cinco a uno! —Gritó Gotnov. —¡Hagan grupos de cinco o más!

—»Siempre hay más de un nido». —Se reclamó Hagen mientras se reunía con un par de ex convictos y se dirigían a un sheitan solitario. El resto de sus seguidores hacía lo mismo y todos abrieron fuego.

La primera oleada de disparos no fue muy efectiva debido a que las municiones más poderosas se habían agotado, cayeron sólo dos bestias. Tan pronto notaron la presencia de los hostiles se dirigieron hacia ellos, lo que sirvió para que los sobrevivientes salieran del lugar, quedándose sólo algunas de las nuevas adquisiciones de Hagen, quienes recibían órdenes de tomar las armas que se encontraran en el piso y se unieran a la pelea.

La embestida sheitan desarticuló al grupo de ex convictos, quienes hubieron de moverse sin ningún orden para evadir el primer ataque; tres de ellos fueron alcanzados por las garras de las criaturas, que atravesaron el músculo y el hueso como si fuesen muñecos de trapo; los afectados por el ataque de las bestias veían volar trozos de su propia carne antes de exhalar su último suspiro, la mayoría estaban vivos mientras eran despedazados.

El contraataque logró derribar a uno más por lo que ya quedaban siete, incluido el grande. Por orden de Gotnov enfocaron los disparos en aquel, apuntando especialmente a las piernas, logrando destrozarle una, dejándolo con movilidad limitada. Hagen había logrado acabar a otro al usar a uno de sus hombres como cebo, atrayendo al sheitan y disparándole en su punto débil, detrás del cuello. Tanto el demonio como el pobre criminal utilizado para llamar su atención murieron en el proceso, Hagen consideró que el intercambio era favorable.

—Vámonos, —dijo Hagen casi sin levantar la voz. —Lleven a los sobrevivientes que se encuentren cerca de ustedes. —Gritó a lo que restaba de sus fuerzas, no quedaba más por qué pelear ahí. Hagen no sudaba, no se veía alterado ni asustado, tampoco se le notaba alguna emoción. Su hermano se encontraba al fondo, luchando junto a tres hombres más con los últimos cuatro sheitans; no le había escuchado. Hagen lo vio sin tratar de contactarlo y se fue sin mirar atrás, acompañado de la mayoría de sus seguidores. Gotnov pudo ver como su hermano escapaba pero no le quedó tiempo para pensar o decir algo pues un sheitan los había alcanzado, partiendo en dos a uno de los ex convictos que luchaba a su lado.

Quedaban tres humanos contra tres sheitans. —»Qué situación tan desventajosa». —Pensó Gotnov. Un sheitan más caía por los últimos disparos de los dos ex convictos, quienes a su vez morían por una bola de fuego que los había alcanzado, quemándolos hasta los huesos, expidiendo un olor fétido a carne quemada; sólo quedaba Gotnov, que se había situado en el otro extremo, enfrentando a dos sheitans, sin contar además al grande que yacía moribundo.

Las dos bestias se acercaban a Gotnov con una mezcla de cautela y agresividad. Gotnov mantenía la distancia, aguardaba para ver el momento en que las criaturas se lanzaran contra él. —»Seguramente lo harán al mismo tiempo». —Pensó.

En efecto ambas se lanzaron de un salto hacia él, casi al unísono, Gotnov estaba preparado y se movió a su izquierda con un pequeño salto. Cuando el sheitan más próximo pasó cerca de donde estaba, Gotnov lo empujó hacia la derecha, de modo que impactara a la otra criatura. El enorme peso de esas cosas lo sacó de balance y cayó al piso, su plan no había sido muy efectivo pues, aunque de hecho chocaron entre sí, no parecían haber sufrido daño.

Se reincorporó tan rápido como pudo, sudaba mucho debido al calor que hacía en la bodega producto de las llamas. Le costaba trabajo respirar, el humo lo sofocaba poco a poco y comenzó a marearse; pese a todo no dejaba de sonreír, se estaba divirtiendo como nunca.

Nuevamente se abalanzó una de las criaturas hacia él, esta vez la otra no lo hizo al mismo tiempo sino unos segundos después, alcanzándolo donde se había movido para esquivar el primer ataque. Al tener al sheitan encima decidió golpear al cuerpo de la bestia. Lanzó varios impactos con sus puños desnudos pero lo rugoso de la piel le abrió los nudillos; realizó unos cuantos rodillazos desesperados y fue así como le fue posible tomar un poco de distancia, aunque no lo suficiente para encontrar una mejor postura pues el otro sheitan ya lo tenía sometido.

Gotnov tomó la cabeza del demonio que lo atacaba y resistía así la embestida. Sus manos sangraban aún más al friccionarse con la piel de la criatura, cuyas púas se introducían en su carne. La otra bestia se lanzaba de nuevo al ataque sin considerar que su «amigo» ya estaba sobre la presa, impactándose contra el cuerpo de la primera criatura, la cual quedó aturdida, lo que le permitió a Gotnov reincorporarse. El hombre sacó entonces el cuchillo que siempre llevaba.

—Es hora de jugar. —Le dijo al sheitan que lo analizaba.

La bestia cargó contra él casi sin darle tiempo de planear algo que hacer. Gotnov se inclinó un poco, bajando su centro de gravedad, y se lanzó hacia la entrepierna del sheitan; no fue capaz de derribarlo y se lastimó el hombro en el proceso, pero sí pudo herirlo; con su cuchillo atacó repetidamente a la ingle de la criatura; había estudiado bien la fisiología de los sheitans al haber diseccionado algunos, además del punto crítico atrás del cuello, las áreas de articulaciones como los pliegues de la ingle y brazos eran también más vulnerables; aunque no pudiera matarlos atacando esos puntos, confiaba que los volvería más lentos. Gracias a las heridas infligidas al sheitan, que emitió un fuerte rugido que hizo sonreír a Gotnov, el malévolo hombre pudo alejarse nuevamente.

Volvió a tomar su distancia, notó que la bestia parecía más torpe, nuevamente sonrió. Vio un rifle de asalto a sus pies, perteneció a uno de sus compañeros recientemente caídos; cuando la criatura dio indicios de atacar nuevamente, Gotnov levantó con su pie el rifle, aprovechando para ello la correa del mismo, lo tomó en el aire con su brazo izquierdo y, sin estar seguro si aún tenía balas, presionó el gatillo. Dos balas fueron disparadas sobre el rostro de la criatura, las cuales no le hicieron gran daño pero instintivamente se protegió con un brazo, torciendo su cuerpo un poco hacia la derecha. Gotnov arrojó el rifle y dio un brinco hacia el demonio, el cual ahora le daba media espalda. Logró ubicarse sobre él y procedió a enterrar su cuchillo atrás del cuello, con tanta fuerza y tan profundamente que no le fue posible recuperarlo antes de recibir el ataque del otro sheitan que se había reincorporado.

Ya sin armas, con poca energía y con cada vez menos oxígeno, tosiendo más que antes, Gotnov estaba frente a un sheitan que no mostraba signos de cansancio; podía sentir un líquido tibio que recorría todo su cuerpo, era su sangre que brotaba de él sin detenerse; su ropa estaba empapada y se le pegaba al cuerpo, su visión se volvía borrosa, logró distinguir mejor a la criatura, ésta medía más de dos metros y tenía el grosor de un oso polar. Su piel era rugosa, con algunas púas que sobresalían a su costado, emanaba de él un olor nauseabundo y sulfuroso que le fue posible detectar aún a pesar del olor a humo y madera quemada. El sheitan tenía aún mucha energía y lanzaba zarpazos cortos que Gotnov evadía impulsándose hacia atrás y a los lados, había sido cortado varias veces por las garras del animal. Así Gotnov siguió guardando su distancia.

La bestia hacía leves movimientos que indicaban su intención de atacar, Gotnov reaccionaba por reflejo, ninguno se lanzaba al ataque.

—¿Tienes miedo verdad? —Le gritó. —¡Pudiste ver lo que le hice a tu amigo, ¿eh? Ya no son tan estúpidos como antes!

El fuego en la bodega hacía crujir la madera de la que estaba construida, pedazos del techo caían, golpeando ocasionalmente al sheitan, el cual interpretaba eso como misteriosos ataques mágicos del indefenso humano que tenía en frente. Esta vez se lanzó con más energía, Gotnov logró esquivarlo, tras lo cual aprovechaba el desbalance temporal de la criatura para empujarlo contra alguna pared cercana. El sheitan repetía el intento por alcanzarlo y Gotnov se mantenía en lo mismo, evadía el primer alcance y empujaba al sheitan contra alguna pared, columna o estantería, lo que parecía ser efectivo, repitió el mismo movimiento cuatro o cinco veces más, alternando ocasionalmente algún puñetazo a los ojos del animal, también eran una zona vulnerable. Con cada empujón que le daba las púas del sheitan se incrustaban en su piel, desgarrando la carne y ocasionándole un profuso sangrado; Gotnov debía realizar dicha acción con el costado de su cuerpo, de modo que pudiera aplicar la fuerza suficiente para mover al pesado demonio, por lo que eran sus brazos los que se veían dañados con cada intento. Finalmente pudo arrojarlo hacia una columna que sostenía una parte del techo que se había debilitado por las llamas, ocasionando que la construcción cayera sobre el sheitan.

Gotnov logró alejarse lo suficiente para no quedar atrapado bajo los escombros, pero el sheitan continuaba con vida, atrapado bajo toneladas de madera y escombro, notoriamente herido; se encontraba boca abajo y sólo quedaba expuesta la cabeza y el brazo izquierdo, con el cual seguía intentando alcanzarlo, se notaba cada vez más débil. El fuego no lo mataría nunca pero las heridas que le produjeran los golpes quizá sí acabarían con él. Gotnov pudo marcharse y dejar que la bestia pereciera sola, pero no lo hizo.

—Terminemos con esto.

Se acercó a la criatura, la cual lanzaba débiles zarpazos cuando el hombre se le aproximaba, tras evadirlos logró montarse sobre la bestia, justo encima del punto débil que él había descubierto. No contaba ya con su cuchillo ni con ningún tipo de arma, mas eso no lo detenía. Con todas sus fuerzas comenzó a presionar un punto específico detrás de la nuca del sheitan, logrando generar una abertura, la cual hizo más grande por medio de cuantiosos golpes, los cuales lanzaba furiosamente, empapando su cara de sangre y dejando sus nudillos en carne viva. Tras casi un minuto de golpes continuos, el sheitan dejó de moverse; Gotnov apenas y podía respirar.

Se levantó con alguna dificultad, caminó a paso lento, trastabillando, los nudillos le ardían; la sangre le caía en torrente, cosa extraña para él, la mayoría era suya. Cayó al suelo tosiendo pero se forzó a levantarse. Caminó rumbo a la bestia a la que primero mató y logró extraer, no sin un gran esfuerzo, el cuchillo que había quedado atascado en el cuerpo del demonio. Era su cuchillo favorito y no deseaba perderlo. Lo limpió con su ropa y lo guardó donde usualmente lo llevaba; estaba por irse hasta que un rugido le llamó la atención, una sombra se distinguía de entre las llamas, era de gran tamaño y se acercaba trabajosamente, casi arrastrándose.

Gotnov reconoció lo que era, se trataba del sheitan grande, ese al que le destrozaran una pierna con lo que les quedaba de municiones, dejándolo incapacitado, o eso creyó. La bestia se acercaba muy despacio hacia él, Gotnov echó a reír.

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