El teléfono no dejaba de sonar al interior del búnker, las noticias que llevaba eran terribles; uno de los mega-campamentos había sido localizado por los sheitans, nadie sabía cómo fue que dieron con su ubicación; se encontraba bajo ataque desde hacía varios días. Los refugiados hacían todo lo posible para defenderse pero ni siquiera los esfuerzos conjuntos del gobierno albergado en dicha zona parecían rendir frutos; las bestias no dejaban de atacar y cada vez más gigantes comenzaban a arribar al lugar.
El mega-campamento, llamado Akagi, estaba ubicado al interior del cráter de un famoso volcán durmiente que sobresalía por encima de un espeso mar de árboles al que se le atribuían famosas historias de demonios y fantasmas que sirvieron de inspiración para numerosas historias que incluso llegaron al cine. Debido al miedo que su fama producía en la gente, los asentamientos humanos al interior del bosque estaban prohíbidos, incluso el atreverse a explorarlo a pie era considerado como sumamente arriesgado. Por todo ello la raza humana no había alcanzado a adueñarse de aquella zona, que aún era protegida por la naturaleza y por los espíritus legendarios y terroríficos que la habitaban. La supersticiosa población de aquel país consideró que el interior del cráter era un lugar que les brindaría protección ante un desastre catastrófico y comenzó la construcción en secreto del mega-campamento, el cual estaba listo para usarse tan pronto como el primer sheitan puso su garra en la superficie terrestre; los privilegiados VIP’s fueron trasladados a Akagi en la primera hora de emergencia.
En el pasado el volcán fue un importante símbolo nacional, ícono del país y punto de referencia para los turistas de todo el mundo; pese al siempre presente riesgo de alguna erupción, su revestimiento simbólico, aunado al hecho irrefutable de que el volcán no había tenido actividad en varias centurias, y ni siquiera el poderoso golpe de un tsunami consiguió sacarlo de su letargo (por demás decir que tampoco los sismos ocasionados por los sheitans lograron activarlo), llevó a los orgullosos y nacionalistas dirigentes de aquel país de oriente a considerar que el volcán los protegería por siempre por lo que, décadas atrás, comenzaron la construcción de un imponente y avanzado mega-campamento al interior del cráter volcánico, el cual estaba recubierto en la superficie por una gruesa capa de rocas ígneas; cuya base cóncava servía como refugio de los ciudadanos ordinarios quienes estuvieron a salvo en su interior durante los últimos meses.
Ya no más.
La arrogancia y superstición de los gobernantes los llevó a ignorar el hecho de que el volcán se encontraba localizado muy cerca de la ciudad más importante y poblada del país y, por eso mismo, la más afectada por los sheitans. Y si bien el bosque infundía temor a los habitantes, quienes preferían mantenerse lo más lejos posible de sus alrededores, ese temor no era compartido por las bestias, las que poco a poco ingresaron a la zona boscosa; y bastó un descuido, fue suficiente que una persona deambulara cerca del lugar, quizá buscando qué comer, tal vez buscando dar con el mítico refugio a fin de salvar su vida; para atraer la atención de un sheitan que lanzó una bola de fuego, comenzando con ello un enorme incendio que convirtió al mar de árboles en un mar de fuego, lo que originó la movilización de los refugiados, atrajo aún más la atención de los sheitans, y los llevó a verse acorralados por las bestias y el fuego que éstas producían.
En su desesperación los dirigentes solicitaron ayuda de otros gobiernos a fin de evacuar a sus pobladores, y claro, a los propios mandatarios; desde el resto de los mega-campamentos enviaron inmediatamente apoyo, el cual, sin importar lo rápidas de las acciones, probablemente no alcanzaría a llegar a tiempo para rescatar a alguien con vida.
—¡No es posible, esto no me puede estar pasando! Tiene que ser una conspiración, de verdad que tienen algo en mi contra.
Paxon no lo podía creer, apenas había logrado salir con vida de aquella espantosa ciudad y ahora era enviado directo al infierno, a un lugar rodeado por gigantes, a su segura muerte; sus compañeros ya estaban cansados de sus quejas y preferían ignorarlo, ir a la guerra era su trabajo después de todo.
Paxon iba acompañado por Ricco y Velásquez, así como por centenares de soldados adicionales. Todos viajaban en múltiples y enormes helicópteros de transporte Sikorsky CH-53 Sea Stallion. Su misión consistía únicamente en el rescate de los sobrevivientes de Akagi, se habían declarado incompetentes en el exterminio de las bestias.
El viaje era muy largo y el consumo de combustible representaba una reducción notable a las reservas que se tenían destinadas para el contraataque; los soldados llevaban casi cuarenta y ocho horas de agotador traslado, hubieron de cruzar el océano; volando los casi nueve mil kilómetros de distancia que existían entre Blossom y Akagi, realizando para ello nueve escalas en diferentes porta-aviones para así recargar combustible. No tenían tiempo que perder, no había paradas para descansar salvo los momentos que tuvieran libres para reabaster los tanques de las aeronaves, cada minuto morían personas en Akagi.
Se encontraban ya cerca de su destino, divisaron la enorme isla que era hogar del campamento Akagi; se internaron en territorio hostil y alcanzaron a ver la famosa y hermosa cima de la montaña, tantas veces usadas en postales y obras de arte; bajo ellos, un mar de fuego, el bosque estaba en llamas, el humo comenzó a impedir la visibilidad. Terribles y gigantescas siluetas se movían bajo los helicópteros, lanzaban aterradores rugidos, arrojaban bolas de fuego a los Sikorsky, lograron derribar a algunos.
Ricco observó hacia abajo, en medio del humo y las llamas podía verlos, los sheitans; enormes, más grandes que aquel que exterminara a su unidad meses atrás. No iba a luchar contra ellos, no tenía caso, aún así apretó su rifle de asalto, sintió una imperiosa necesidad de tenerlo cerca, de prepararse y abrir fuego en contra de esos monstruos; no le importaba saber que era inútil, que sus balas no les harían nada, sólo deseaba vengarse. Apretó los dientes, contó mentalmente cuántas municiones llevaba él, con cuántas contaban sus compañeros, cuántos soldados hacían el viaje. Claramente entendió que si la situación se complicaba ellos serían los perdedores; tuvo un mal presentimiento, eso lo hizo sonreír, se vio a sí mismo como si se tratase de Paxon. Sintió una mano sobre su espalda y volteó, era Velásquez, se miraron a los ojos y ambos se tranquilizaron mutuamente, luego vieron a Paxon y rieron, el pobre no paraba de moverse, estaba muy inquieto.
—»Atentos, estamos próximos a aterrizar». —Escucharon que hablaba el piloto.
El ruido era terrible, se mezclaba el sonido de centenares de motores con miles de detonaciones de arma de fuego, rugidos de bestias furiosas y explosiones. El piloto hábilmente lograba maniobrar entre el humo, pudo divisar el helipuerto.
—¡Prepárense a descender a rapel!
Dieron la indicaciones los oficiales, Ricco entre ellos; los elementos castrenses se formaron y comenzaron el descenso coordinado usando decenas de cuerdas. Uno a uno ponía pie en Akagi e inmediatamente corría en dirección de una enorme edificación que se alcanzaba a ver, la entrada al interior del refugio.
Ricco, Velásquez y Paxon corrieron hacia donde se les esperaba tan pronto tocaron el suelo; la distancia entre los helipuertos y la entrada era de algunos cientos de metros, en el camino se toparon con soldados de Akagi, algunos de ellos estaban heridos, quemados; tenían los uniformes manchados de sangre; ellos corrían en otra dirección, hacia las torres que circundaban el cráter de Akagi, donde iban para repeler los ataques de los sheitans y ganar tanto tiempo como fuera posible. Sus rostros no reflejaban miedo, estaban listos para morir, Paxon no podía entender cómo mantenían la compostura en una situación tal.
—»Por su ideología suicida». —Pensó; los criticó sin decir.
En su corto camino al interior del campamento pudieron observar cómo se había organizado la zona exterior del cráter, no difería mucho de la superficie de Blossom: chozas con techos de paja acomodadas en hileras, todo pulcramente alineado, sistemáticamente acomodado por secciones. Vieron una serie de casitas con letreros que no pudieron leer, pero asumieron serían tiendas o puestos de alimentos; al fondo veían casas más pequeñas, posiblemente viviendas; todas muy humildes, austeras.
Actualmente la superficie del cráter se encontraba vacía de población civil, sólo se veían soldados que corrían a toda prisa hacia las torres; algunos cargaban suministros, cajas de municiones, lo más abundante eran unas cajas metálicas color verde, alargadas y aparentemente pesadas, pues eran cargadas por dos soldados; eran misiles para los lanza-cohetes que estaban situados sobre las torres, en la periferia.
Llegaron a la entrada interior de Akagi, un oficial los recibió con un saludo militar, parecía como si fuese un encuentro tranquilo, su rostro no reflejaba preocupación, casi como si estuviese acostumbrado.
—¿Quién está a cargo? —Preguntó.
—Ese sería yo. —Respondió Ricco.
—Síganme por favor.
Caminaron a paso rápido pero sin mostrar prisa desmedida, los elementos de Akagi aparentaban una gran calma, eran soldados aguerridos y templados, entrenados para las situaciones más complicadas. Pasaron a través de un amplio pasillo en espiral que circundaba el cráter y descendia en contra de las manecillas del reloj conforme avanzaban en su recorrido. En un comienzo sólo veían el pasillo y la pared de brillante roca volcánica a su derecha pero al poco tiempo de su caminata comenzaron a toparse con pequeños, aunque modernos cubículos que servían de viviendas próximas a la salida, eran prácticamente capsulas en las que sólo había espacio para un colchón y un par de cajones empotrados contra la pared; a la derecha de cada cápsula había una larga escalera, pues encima de cada cubículo había otro igual y así iban escalonándose sobre ellos; maximizaban el espacio de la mejor forma. En aquel momento se encontraban vacíos.
—Son las viviendas de nuestros soldados. —Dijo el militar al notar que observaban esos pequeños cubículos. —Se encuentran cercanos al exterior para que puedan responder ante una eventualidad como ésta.
Paxon observó con disgusto el minúsculo espacio en que sus colegas dormían. —»Con razón quieren morir». —Pensó.
Pensaron que descenderían a pie hasta el fondo del volcán pero su guía se detuvo estando aún en el pasillo, a su izquierda había una terminal, presionó algunos botones y esperaron unos instantes; pronto apareció una enorme plataforma móvil, se les indicó subieran en ella y descendieron a gran velocidad sin decir palabra, siguieron viendo esa infinidad de pequeños cubículos, parecían interminables.
Después de algunos minutos la plataforma se detuvo ante una especie de hangar gigantesco, y ante ellos miles de individuos apretujados entre ellos.
—Son lo que queda de nuestra población civil. —Dijo el soldado mientras los llevaba por entre la multitud.
Llegaron a unas escaleras protegidas por unos cuantos elementos de seguridad, subieron y se toparon con una elegante salita; en ella se encontraban muchas personas elegantemente vestidas. Ricco reconoció al gobernante del país.
—Estos hombres los escoltarán a un sitio seguro. —Dijo el soldado. El grupo de individuos recogió sus cosas y se agruparon junto a los soldados de Blossom quienes ya sabían qué hacer.
—»Primero la clase alta, y después, si queda algún espacio, los demás». —Pensó Ricco. No dijo nada, organizó a sus soldados y volvieron a la superficie escoltando al centro a aquellas finísimas e importantes personas.
Al volver a la superficie vieron a más oficiales de Blossom prestos a ingresar; cada escuadrón tenía la indicación de sacar a la población en grupos de cincuenta personas, no más; y hacer eso hasta que cada helicóptero se llenara. Una vez repleta la última aeronave se irían para no volver, quienes no alcanzaran lugar serían dejados a su muerte.
Corrieron a toda prisa hacia su Sea Stallion; decenas de helicópteros ya habían descendido en el helipuerto y centenares más continuaban volando, en espera de que se liberase algún espacio para aterrizar. Ricco lideró el camino y trasladaron a los VIP’s directo a sus transportes, pues no todos ellos cabrían en una sola de las aeronaves.
Subieron a sus rescatados hasta llenar tres de los Sea Stallions, Paxon trató de subirse a uno pero Ricco lo detuvo.
—Nos vamos en el último. —Le dijo.
Los tres Sea Stallions despegaron dejando a los soldados de Blossom en tierra, a su partida otros tres helicópteros aterrizaron en los lugares que habían quedado libres. Más refugiados comenzaron a llegar, guiados por el resto de sus compañeros. Poco a poco las aeronaves comenzaban a llenarse y a retirarse de aquel sitio infernal.
No tardó mucho en volverse un caos, los refugiados llegaban al helipuerto más rápido de lo que las aeronaves podían despegar; al verse relegados surgieron disputas, luchas por tomar un lugar en cada Sea Stallion. La superficie del cráter se estaba llenando de personas, a quienes el calor de las llamas y el humo interminable comenzaba a sofocar.
—¡Atrás! —Gritó un soldado.
Escucharon rugidos, algunos sheitans habían logrado escalar la montaña y lograron ingresar al cráter, los valientes soldados de Akagi hacían lo que podían para repelerlos pero sus armas no parecían causar mucho daño.
—¡Síganlos subiendo, nosotros, a las armas! —Gritó Ricco, Velásquez se lanzó furiosa al ataque, Paxon tuvo que ser jalado para evitar se subiera a un helicóptero.
En total cinco sheitans ya estaban dentro del cráter; desconocían cuántos más podrían llegar pero eso podría ocurrir en cualquier momento. De esos cinco, uno era muy grande, una bestia espantosa cuya piel parecía de roca, había sido la primera en ingresar, indirectamente había servido de escudo a los otros cuatro, era aterradora.
Los elementos de Blossom se unieron a la lucha junto a sus colegas de Akagi. Todos disparaban furiosos en contra de los demonios; lograron matar a uno pequeño pero los otros cuatro eran más fuertes. Uno de mediano tamaño cargó en contra de un grupo de soldados de Akagi, de un salto alcanzó a llegar a su ubicación, cayendo sobre uno de ellos y matándolo al instante; los otros le dispararon, corrieron hacia la bestia para enterrarle sus bayonetas, algunas se rompieron al contacto con la piel pero unas pocas sí lograron herirlo, aquello lo enfureció, decapitó a un soldado de un zarpazo, su cuerpo cayó sobre otro militar; el sheitan arrojó a dos más de un movimiento de su brazo, los pobres hombres salieron volando por los aires y cayeron contra el suelo, uno se abrió la cabeza en dos al impacto, el otro cayó de frente al suelo, moribundo, y fue pisado por el sheitan más grande, quien trituró sus costillas lentamente al momento de desplasarse sobre él.
Un valiente soldado tomó una granada activa y corrió hacia el sheitan que había matado a sus compañeros, al llegar a la bestia la granada explotó, matando al soldado al instante; sin embargo el sheitan no murió, la explosión sólo le dejó algunas heridas en su costado derecho.
—¡Velásquez, a los cohetes! —Le indicó Ricco, la mujer dejó a sus compañeros, que combatían al sheitan más grande, y fue en dirección de la torre cercana a por donde los monstruos habían entrado.
Los soldados le dispararon a la enorme criatura con todo lo que tenían pero las balas rebotaban sobre su gruesa piel, en verdad parecía ser de roca. La bestia medía casi nueve metros de altura, no suficiente para ser un gigante pero definitivamente imponente. Era muy robusta, su cabeza estaba redondeada y, en la parte más elevada, se formaba una protuberancia ósea que casi parecía un casco con un único cuerno prominente en la frente.
El cuerpo también era como una armadura, toda la zona exterior tenía esa formación similar a una piedra, mientras que el pecho y el estómago aparentemente serían más blandos, pero diversas placas interconectadas por una especie de membrana protegían las zonas más vulnerables.
—¡Mantengan su distancia, no dejen que se les acerque! —Gritó Ricco.
La bestia era enorme y sus brazos tenían gran alcance, pero era muy lenta, el cuerpo de roca le daba protección pero también lo hacía notablemente más pesado que cualquier otro sheitan. La criatura lanzaba manazos que rozaban a los militares, quienes apenas y lograban evitar los mortales impactos lanzándose al suelo.
Velásquez llegó a la plataforma del lanza-cohetes, suerte que ésta podía girar 365° por lo que pudo modificar su dirección original y apuntar al sheitan acorazado; con esfuerzos cargó un misil, lo hizo con torpeza pues veía cómo sus compañeros se encontraban perdiendo la batalla, un soldado recibía un impacto directo del monstruo, sin duda ya estaba muerto.
—¡Al suelo! —Gritó Velásquez y disparó contra el sheitan.
El misil se estrelló contra un costado del demonio, no pudo matarlo pero alcanzó a desprenderle el brazo derecho, lo que fue aprovechado por los militares para disparar en la herida abierta, la cual claramente estaba desprotegida.
Velásquez no pudo ver cómo sus compañeros trataban de eliminar a la criatura, un fuerte rugido a su espalda la hizo voltear, miró hacia afuera del cráter; decenas de sheitans se acercaban por la ladera de la montaña, cada vez estaban más cerca, eran muy grandes. Dio la vuelta al lanza misiles, volvió a recargar y disparó contra uno de los monstruos; recargó nuevamente y repitió su ataque en contra de otro, lo hacía como una máquina, recargaba, apuntaba, disparaba y repetía, todo eso sin descanso, casi sin respirar.
—¡Necesito ayuda aquí! —Gritó la soldado. Algunos militares de Akagi llegaron en su auxilio y comenzaron a disparar contra las bestias más pequeñas que escalaban la ladera. Velásquez no dejaba de disparar misiles contra las más grandes, ahora alguien le ayudaba a recargar por lo que lo hacía más rápido.
Vio hacia atrás de los sheitans que se acercaban, toda la base de la montaña estaba en movimiento, como avispas amontonadas sobre un avispero, más de ellos venían hacia Akagi y tras esas bestias otras emergían del bosque en llamas; ¡era interminable!
Aunque el humo impedía ver a largas distancias, poco a poco se fueron formando siluetas humanoides gigantescas; Velásquez lo comprendió bien, eran gigantes que ya se habían acercado, y no eran pocos, ¡a cada lado podía ver como más y más de esas siluetas comenzaban a materializarse! Primero contó diez, luego veinte, y más de ellas seguían llegando. Lentamente le fue posible distinguirlas, eran monstruosas, horrendas, con cabezas demoníacas, cuernos que sobresalían en todas direcciónes; brazos larguísimos, jorobados, de cabezas desproporcionadas; tenían múltiples formas pero cada una de ellas le aterraba.
Alrededor de los gigantes vio cómo volaban insectos, pero no se trataba de insectos sino de la fuerza aérea de Akagi, quienes habían estado combatiéndolos todo este tiempo, dando así oportunidad a los equipos de rescate para evacuar a tanta población como les fuese posible. Los gigantes se estaban acercando, era claro quienes estaban ganando la batalla.
La fuerza aérea, consistente en aviones caza y helicópteros de batalla, disparaba contra los gigantes con todo lo que tenían; los monstruos manoteaban para quitarse esas molestias; había explosiones en sus cabezas, sobre sus cuerpos; los sheitans hacían movimientos reflejos, quizá sentían el daño, algunos parecía que estaban por caer, sin embargo no sucedía, ninguno moría con todo ese ataque; lograban recomponerse y continuar su lento trayecto. Conforme más pasaba el tiempo, menos aeronaves volaban alrededor de ellos y el número de gigantes no hacía sino aumentar.
Alrededor de la cima de Akagi, además de las torres y los lanza-cohetes, había enormes cañones que emergían de la parte superior del cráter; permanecieron inactivos todo ese tiempo pero uno de ellos había disparado por primera vez, luego otro, y después otro. Decenas de cañones disparaban rítmicamente contra los gigantes, sus poderosos impactos ralentizaban a las bestias pero ninguna dejaba de avanzar. Ocasionalmente alguna caía y eso elevaba las esperanzas, pero al poco tiempo volvía a ponerse de pie y seguía adelante.
El fuego se intensificaba, los sheitans seguían lanzando bolas de fuego, pronto los gigantes hicieron lo mismo; decenas de enormes bolas de fuego eran lanzadas en parábola directo a Akagi; algunos de esos proyectiles se estrellaban antes o impactaban las laderas de la montaña, ocasionando el desprendimiento de rocas y formando lava; cada vez esas imponentes bolas de fuego se acercaban más a la cima, al cráter; el fuego que propagaría una sola de ellas sería el fin de todo.
Sin darse cuenta Velásquez había dejado de disparar y más sheitans se acercaban a su posición.
Tras ella los Sea-Stallion continuaban despegando en medio del caos, había cadáveres de civiles en el suelo, no se podía saber si habían muerto a causa de un sheitan, se habían matado entre ellos o si era obra de los soldados; muchos estaban irreconocibles, restos humanos incompletos estaban esparcidos por doquier. El caos se había desatado en el lugar, aún quedaban tres sheitans que luchaban contra las fuerzas armadas, todavía permanecían miles de personas en el cráter y más de ellas seguían emergiendo de las profundidades del volcán, aplastándose entre sí. Los soldados de Akagi ahora se veían asustados, sus caras deformadas en muecas de horror, algunos disparaban rifles vacíos; presas del pánico no se habían percatado que ya no tenían más balas en sus cargadores, sólo veían demonios que deseaban su destrucción.
Alrededor del cráter más sheitans comenzaban a ingresar, alrededor podía verse como los demonios gigantes estaban ya más cerca y rodeaban el campamento. Cada vez había menos ruido, menos detonaciones, casi no quedaban soldados que combatieran.
Se oyó un terrible rugido, mucho más potente que cualquier otro que hubiesen escuchado; tras un numeroso grupo de gigantes se formó una silueta mucho más grande, casi era del tamaño del volcán. Dos apéndices alargados emergieron a cada lado de dicha figura, volviéndola aún más imponente. Dos orbes brillaban en un intenso color amarillo en lo alto de la silueta que se volvía más nítida.
Ricco, Paxon y Velásquez vieron la figura materializarse frente a ellos, estaba ya muy cerca.
—Hasta aquí llegamos. —Dijeron.

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