El Programa GAMER – La Era de los Sheitans – Capítulo 7 La incursión del capitán Cyrus y su Grupo Nubarrón

William F. Cyrus era una leyenda en las fuerzas armadas de su país, un soldado muy respetado, temido y admirado por todos, sólo se obedecía a sí mismo y no temía rechazar una orden o incluso realizar una acción opuesta si pensaba que era una mejor opción; dicho sea de paso usualmente su sentido común y experiencia en batalla no le fallaban por lo que solía tener razón. Pese a su temperamento dominante y actitud impulsiva, su lealtad y dedicación al país, así como a los miembros a su cargo no estaba en duda, era un hombre dispuesto a morir por la gloria de su nación o la vida de su escuadrón.

Se trataba de un hombre maduro, iniciando su quinta década de vida, la mayor parte de ella en el campo de batalla. Destacaba al ser un imponente hombre musculoso y de casi dos metros. A pesar de su edad y su tamaño, era tan fuerte que nunca se encorvaba. Su rostro estaba marcado por diversas arrugas que le daban una expresión retadora, tenía el ceño permanentemente fruncido y mirada penetrante aunque inexpresiva. Su nariz estaba un poco deformada debido a constantes ataques y torturas sufridas en los combates, sin embargo fuera de ese pequeño detalle estético estaba completo pues nunca había sufrido heridas graves que lo dejasen falto de alguna extremidad o con alguna dolencia: nunca una tortura pudo quebrarlo, nunca una bala pudo detenerlo, nunca una situación le fue imposible de solucionar. Su vestimenta era el uniforme básico del ejército local, adecuado para escenarios urbanos; su uniforme lo adornaba con un abrigo color gris oscuro que lo destacaba como líder de escuadrón. Hablaba poco, sólo cuando le era necesario pero siempre con autoridad y asertividad. Su manera de expresarse demostraba que estaba acostumbrado a ser él quien marcara el camino. Cuando el capitán ordenó a su equipo salir del pueblo en busca del sheitan, sólo su segundo al mando osó oponerse, los demás, aunque asustados, lo siguieron ciegamente.

Habían pasado dos días desde que Cyrus y siete miembros más de su escuadrón salieron en dirección a la ciudad más cercana, buscando la captura de un espécimen de sheitan nunca antes visto, un cachorro; al que debían transportar vivo. La situación al dejar el poblado abandonado era más que deprimente, la carretera que lo conectaba con la ciudad se encontraba completamente desierta de vida pero repleta de vehículos abandonados y restos de pertenencias de los evacuados que habían sido dejadas atrás; todos los automóviles fueron previamente desmantelados, quedando únicamente restos de fierro y cables, esqueletos secándose al sol. Las cosas durante el camino habían transcurrido en completa calma, los sheitans no habían llegado en gran número hasta esa zona semi-desértica, posiblemente porque no había muchas personas en primer lugar, por ello los enfrentamientos con esas criaturas en el pasado habían sido escasos; pese a ello durante todo el trayecto se abstuvieron de hablar más de lo necesario pues, aunque reinaba una pesada calma, el ruido acarreaba la posibilidad de atraer a alguna de las criaturas que, para desgracia del escuadrón, vagase por la zona; tampoco deseaban arriesgarse a ahuyentar al cachorro, en el supuesto que éste siguiera en la cercanía. Mantenían los sentidos alerta por si escuchaban algo que indicara la presencia de alguna de las bestias mientras uno de los integrantes, un hombre llamado Stern, indicaba el camino leyendo el rastro de huellas no humanas que podrían o no ser del cachorro que estaban tratando de encontrar; las huellas no hacían más que poner más nervioso al grupo pues, de no ser del cachorro, serían de algo más peligroso.

La pequeña ciudad más cercana estaba aproximadamente a cuatro horas de viaje en automóvil, a poco más de cuatrocientos kilómetros del pequeño poblado de procedencia: no hubiera sido más que un viaje corto si contasen con un coche pero, aunque tenían varios de ellos en Blossom, era riesgoso utilizarlos tan cerca del refugio pues el ruido que provocarían atraería a las bestias a la zona; por eso el camino hubo de ser hecho a pie y en silencio, empujando dificultosamente la Oruga, cuyo motor, por regla general, estaba apagado la mayor parte del tiempo, lo que no facilitó el viaje. El camino más corto a pie evadía la mayor parte de las carreteras y acortaba el trayecto a casi la mitad, dejando la zona de destino a sólo doscientos kilómetros de distancia. Le tomó al equipo casi dos días el llegar a allá, tiempo en que estuvieron en constante riesgo de un ataque furtivo, ya sea al avanzar en relativo silencio por los caminos abandonados o al descansar al aire libre. Para cuando llegaron a su destino en lo único que el escuadrón pensaba era en encontrar un sitio para descansar, acción que fue la inmediata a tomar.

Además del capitán Cyrus y tras la ausencia del soldado Velásquez, el escuadrón se conformaba de otros siete integrantes, casi todos de amplia experiencia y notable trayectoria en la milicia. El escuadrón, llamado de forma casual «Grupo Nubarrón» (debido a la similitud del apellido del capitán Cyrus con las nubes cirrus), era uno de los más experimentados que había en Blossom; formaba parte de las fuerzas encargadas de cumplir con diversas misiones tales como rescate, defensa de las cercanías en caso de algún ataque o escoltar a elementos VIP en sus constantes viajes entre Blossom y otros campamentos; en ocasiones estos grupos también cumplían misiones especiales enfocadas en obtener algún recurso o material con fines científicos, tal era la misión actual.

El Grupo Nubarrón había sido conformado hacía apenas un par de meses, tras la llegada de Cyrus a Blossom, quien seleccionó personalmente a todos los integrantes de su escuadrón. Todos los elementos en su equipo habían sido sacados del combate dentro de las ciudades con el objetivo de reorganizarse para una estrategia más efectiva y, mientras tal estrategia se desarrollaba, se les había encargado completar algunas tareas de relativa importancia que no pusieran en riesgo las vidas de elementos tan aptos pues serían necesarios más adelante.

El de menor rango era el cabo Paxon, un nervioso recluta que no era muy respetado por sus compañeros; tenía la personalidad de un perro chihuahua pues era ruidoso y molestaba a quien tuviera la desgracia de hacer equipo con él, sin embargo era un buen soldado, consagrado piloto y poseía conocimientos de ingeniería que serían de inmensa utilidad si la Oruga necesitara reparaciones. Paxon tenía treinta años de edad, de estatura promedio, cabello marrón y muy corto, caucásico, de grandes, saltones y torpes ojos; su característica principal era una notoria separación en los dientes incisivos superiores así como una pequeña barba tipo «soul patch» y su prominente frente. Otro de ellos era Duke, su inseparable amigo de borracheras y golpizas. Un hombre de color, cercano a los cuarenta años, fuerte aunque un poco pasado de peso, completamente calvo y de ojos como de rana, grandes y gruesos labios que sobresalían de su rostro así como una actitud sumamente amenazante; irónicamente también era el médico del grupo. Alguna ocasión, mientras se encontraba en una borrachera junto a Paxon, aseguró haber matado un sheitan con sus propias manos, estrangulándolo con su gran fuerza, lo que no era creído por nadie. «Horn» era de origen apache, de ahí su apodo. Tenía el cabello negro, lacio y largo, generalmente acomodado en una trenza; ojos sumamente negros, piel del color de la canela y cubierta de tatuajes tribales, era también aficionado al ejercicio por lo que se encontraba en una extraordinaria forma; debido a su origen se esperaría una gran conexión con la naturaleza y conocimiento de artes místicas, sin embargo el verdadero nombre de «Horn» era Sebastián y había crecido en una importante ciudad dentro del seno de una familia adinerada por lo que la conexión con sus antepasados y el conocimiento místico se quedaba en su larga y negra trenza; no obstante si algún compañero del grupo necesitaba saber dónde comprar un buen cappuccino, «Horn» era el experto.

Junto a la soldado Velásquez, Tallman era la otra integrante femenina del grupo; una mujer a la mitad de sus veintes, de baja estatura, finas facciones y cabello rojo muy corto; pecosa, muy delgada aunque de anchas caderas; de agradable apariencia famosa a causa de su mal carácter, lo que se conjugaba con que no se le daba bien el seguir órdenes, excepción hecha de las de Cyrus a quien seguía sin preguntar. El teniente Morse era el segundo al mando, con poco más de dos metros de estatura, era literalmente un gran hombre, uno que había servido previamente a las órdenes del capitán, fungiendo desde hace años como su brazo derecho. Estaba por dar término a su quinta década de vida, habiendo dedicado dos tercios de ella al servicio de su país; de mayor estatura que el propio Cyrus, fornido, pesado e irónicamente poseedor de un rostro de bebé; su piel era sumamente tersa y acumulaba un poco de grasa en las mejillas, lo que aunado a su escaso y blanco cabello, a su apariencia afectuosa y a su complexión robusta, realmente le hacía ver como un bebé gigante.

El sargento Ricco era el más nuevo y uno de los más destacados elementos en el escuadrón, aunque más que por sus logros en combate, por sus «conquistas amorosas», clamaba tener entre sus «conquistadas» a Velásquez, quien ya alguna ocasión lo acuchillara en un brazo debido a sus insoportables insinuaciones y comentarios, hecho que les costó a ambos algún período en detención. Era un hombre de color, de poco más de treinta años, del tipo delgado-musculoso que parece que no retiene un gramo de grasa en su cuerpo; de cabello negro aunque gustaba de afeitarlo y quedaba totalmente rapado; era adepto a dejarse un poco de barba incipiente que enmarcaba su sonrisa afectuosa. De elevada estatura aunque al lado de Cyrus se le veía pequeño; su personalidad era sumamente llevadera, agradable y de gran simpatía, no sería más que por su obsesión por las mujeres la razón de queja hacia él. Aseguraba que su nombre de pila era Nico y lo rimaba con su apellido de forma obscena, moviendo las caderas al mismo tiempo que hacía una rima de mal gusto; su característica más peculiar eran sus cálidos ojos de color verde oliva, atípicos en alguien de su raza y que lo destacaban entre sus congéneres (y que definitivamente le ayudaban mucho con las chicas). Finalmente el ya mencionado Stern cerraba el grupo, siendo el miembro más joven con sólo veintidós años y el cual era un fornido muchacho de baja estatura, origen judío, cabello negro rizado que llevaba en peinado «mullet», barbilla partida y ojos hundidos; su personalidad era, según sus compañeros, tan grande como la de una piedra, era raro que hablase, lo que le daba una apariencia más madura que la edad que tenía.

—¿Alguien tiene hambre? —Comentó Paxon en voz baja pues aún no habían tenido tiempo de explorar la zona y temía atraer indeseables; si bien usualmente era indisciplinado, su impertinencia no llegaba al extremo de arriesgar su vida. —Me comería un sheitan si lo viera. —Se contestó a sí mismo al no recibir respuesta de sus compañeros.

—Coman todos y descansen, ya conocen la rutina, guardias cada hora durante seis horas, nos moveremos al amanecer; mantengan la charla al mínimo y no se distraigan. —Ordenó el capitán, o al menos así lo escucharon los demás pues no importaban las palabras que Cyrus dijera, éstas siempre sonaban a órdenes; posiblemente no supiera hablar de otra forma ya que, incluso en esas pocas ocasiones cuando trataba de ser amable con algún civil o sensible con algún camarada herido, sus palabras eran duras, frías y llenas de autoridad.

—¿De verdad es tan importante esto del cachorro? No puedo creer que no les baste con los que les hemos llevado antes. —Volvió a preguntar Paxon; puede que sólo él formulara la pregunta pero era algo que todos deseaban saber, no era sensato el salir de una zona segura como el viejo pueblo, más aún cuando no había pasado tanto tiempo desde que llevaron los últimos especímenes.

Cyrus guardó silencio unos instantes y observó directamente a Morse, con quien había charlado durante el camino y a quien le había explicado mayores detalles sobre su misión. Su fría mirada le indicaba que estaba en libertad de responder. —¿Prefiere capturar uno adulto con vida y llevarlo tranquilamente hasta el campamento, cabo?

Ganar esta guerra no dependía únicamente del tiempo que pudiesen sobrevivir, necesitaban matar al enemigo. Al ser los sheitans una criatura desconocida para la humanidad (algunos decían que se trataba de criaturas legendarias o bíblicas), los primeros embates les habían afectado mayormente a causa del desconocimiento que tenían de ellos: ¿Estaban vivos o eran realmente demonios del infierno? ¿Cómo se les podía matar? ¿Se comían a sus presas? Preguntas que diariamente eran respondidas gracias a investigaciones alrededor del mundo, investigaciones que, por supuesto, dependían fuertemente de estudiar a los sheitans en sí mismos por lo que la captura de estas criaturas no era algo tan extraordinario o inusual; por otro lado la mayoría de los especímenes eran capturados muertos o severamente heridos, casi nunca completos y, lógicamente, nada funcionales; se conocía muy poco sobre su desarrollo y tendencias, sobre qué los activaba o instaba a atacar, de sus movimientos instintivos, de su tiempo natural de vida. Tampoco se habían visto cachorros pero se tenía la certeza de su existencia. Esta criatura a la que daban caza resultó un feliz accidente, los «drones» que vigilaban el poblado colindante con Blossom captaron a un sheitan muy pequeño que seguía a otro, probablemente su madre, en muy malas condiciones; ambos estaban aparentemente indefensos por lo que era el mejor momento para capturar a un sheitan de estas características y ver cómo éste evoluciona.

—No lo sé teniente… Esto no me gusta. —Dijo Paxon con su usual tono chillón y melodramático. —Una cosa era buscarlo en el pueblo pero aquí… No creo que nos topemos con sólo dos criaturas.

—Sólo sigan órdenes y hagan lo que saben hacer; obtenemos al cachorro y regresamos. —Cyrus no lo volteó a ver mientras hablaba, tampoco veía al resto de sus seguidores, miraba en silencio hacia el exterior.

El Grupo Nubarrón se encontraba resguardado en la recepción de un edificio abandonado que aún se mantenía en buenas condiciones; tomaron posesión de ese lugar en la planta baja pues el teniente Morse sugirió la necesidad de un escape inmediato en caso de ser necesario. El edificio seleccionado era un viejo complejo departamental, clásicamente decorado, desmantelado aunque aún con lo necesario para un descanso reparador; sin duda en pisos superiores el grupo hubiera encontrado mayores comodidades pero alejarse de la entrada les impediría un escape prematuro si algo así fuese pertinente. Se habían posicionado alrededor de cada pared teniendo la puerta principal siempre de frente. La Oruga estaba afuera, estacionada en la parte frontal del edificio, obligando a quien estuviese de guardia el asegurar su conservación. Tras una breve, poco apetitosa y muy escasa comida, el equipo se dispuso a descansar dejando únicamente a Cyrus, como era usual, la asignación del primer turno de guardia.

La noche comenzó tranquila, silenciosa; proporcionaba al capitán la muy rara oportunidad de relajarse, no obstante se mantenía lo bastante alerta para detectar sonidos, sombras o vibraciones en el suelo, eran estas últimas las más preocupantes pues indicaban la presencia de algún sheitan de gran tamaño por los alrededores. Cyrus ya había enfrentado a algunos de estos en el pasado, igual que a cientos de los humanoides; también era uno de los pocos seres humanos que habían visto a uno de los gigantes y salido con vida para reportar su inmenso poder a sus superiores; de hecho nadie conocía mejor a los sheitans en combate que el mismo Cyrus, quien se había mantenido luchando más tiempo que ningún otro, logrando gran conocimiento del funcionamiento de aquellas bestias. Hacía apenas cuatro meses que había conocido de primera mano el horror que genera uno de esos sheitans, hecho que le dejó una impresión que, incluso a él, lo había dejado helado. Al cerrar los ojos veía esas figuras demoníacas acercándose, rugiendo.

Cuando se acercaba la mañana y tras rotar los turnos de vigilia, era Paxon el encargado de hacer guardia, lo que no permitía al resto del equipo un buen descanso gracias a la poca confianza que sus compañeros depositaban en el cabo: Paxon ya había sido sorprendido durmiendo en su turno alguna ocasión lo cual lo había llevado a varios castigos y había incentivado su destitución, sin embargo sus habilidades en la construcción de trampas y reparación del equipo electrónico eran tan necesarias que los líderes habían aceptado mantenerlo e incluso fue el propio Cyrus quien lo solicitó específicamente en el Grupo Nubarrón. Paxon se encontraba somnoliento aunque todavía despierto cuando fuera sorprendido por lo que, creyó, era una sombra moviéndose en el exterior; no estaba lo bastante alerta como para identificarlo claramente a través de la ventana pero sin importar que fuera, no valía la pena arriesgarse por lo que optó por avisar a sus compañeros.

—Ehhh, amigos, despierten, por lo que más quieran, despierten ya. —Susurraba, se veía notablemente alterado, ya sea que fuera un sheitan, algún sobreviviente o un pequeño animal rondando la zona; Paxon no era el tipo de persona con la capacidad de mantener la calma en situaciones de estrés por lo que sudaba copiosamente al mismo tiempo que miraba rápidamente a cada lado. —Hay algo afuera. —Comentó tan calladamente como pudo.

—Tranquilo. —Respondió impasible el capitán. No importaba la situación en que se encontrara su rostro jamás reflejaba indicios de tensión o ansiedad. —Cálmate y dinos: ¿qué viste?

—Vi… algo… allá afuera, está muy oscuro y no pude distinguirlo bien pero les aseguro que alguien, o algo estaba caminando por la calle. —Guardó unos instantes de silencio. —Escuchen amigos debemos irnos de aquí, esto no me gusta nada. —De esta forma, mostrando una cantidad ínfima de valor, fue que terminó de hablar, no quedaba más opción que aguardar las órdenes del capitán.

—¿Estás seguro de que viste algo, no te habrás quedado dormido otra vez hermano? —Le reprendió Duke, quien lo conocía muy bien, lo suficiente para no creer cada cosa que decía su nervioso y asustadizo amigo de borracheras.

—Claro que no hombre, estaba totalmente despierto, les aseguro que hay algo allá afuera. —Le respondió batallando para mantener bajo su tono de voz.

El equipo se encontraba en silencio tratando de escuchar cualquier tipo de ruido que les indicara la presencia de algún indeseable en la zona… Nada.

—No escucho nada. —Dijo Horn en voz muy baja. —Tal vez sería bueno que mandemos a Paxon a investigar. —Agregó sonriendo. —Amigo no digas esas cosas. —Le increpó nervioso el ofendido levantando levemente la voz, lo que ocasionó que el resto del grupo lo reprendiera en silencio.

—De nada sirve que nos quedemos aquí orinando los pantalones, capitán, ¿qué hacemos? —Fue la pregunta realizada por el segundo al mando, el teniente Morse, quien ya conocía la respuesta de Cyrus pero, por respeto, esperaba a que fuera el propio capitán quien diese la orden. Cyrus lo volteó a ver seriamente, con expresión que indicaba que, tanto él como Morse, habían estado en esa situación antes, obviamente habían salido con vida.

—Ricco, Stern, ustedes dos salgan y revisen el perímetro, no se alejen más allá de dos calles a la redonda y no hagan ningún ruido, tengan cuidado.

Fue la indicación del capitán, los soldados le obedecieron sin responder mientras Paxon se alegraba del hecho de que el chiste de Horn no lo hubiera implicado en la misión.

La ciudad no había sido seriamente dañada por ataques de sheitans pues no era muy grande, se encontraba alejada de las metrópolis y fue prontamente evacuada al inicio del cataclismo. Tiempo atrás era una urbe de, aproximadamente seiscientos mil habitantes; notoriamente más grande que el poblado más cercano, de donde los militares venían, pero no lo bastante imponente como para atraer sheitans que deambularan las carreteras en búsqueda de presas. No todo era tan positivo, se había visto afectada por el surgimiento de algunos pozos, si bien no muy grandes ni tampoco muy numerosos, de donde surgieron varias criaturas; algunas habrían de seguir en la región. La sombra que Paxon vio pudo ser la del cachorro que estaban buscando, la de su madre o, malo el caso, algún otro solitario sheitan que estuviera vagando al buscar alimento; también podría tratarse de algún sobreviviente que huyera de algún campamento destruido (lo que no era poco común) y que recorriera las ruinas en busca de comida o refugio, o también pudo ser algún animal que husmeara los alrededores. Respecto a los sobrevivientes, la mayoría de estas personas eran hombres y mujeres honrados en busca de sobrevivir, y a quienes el Grupo Nubarrón habría brindado ayuda en un abrir y cerrar de ojos, sin embargo algunos no eran precisamente tranquilos, muchos estaban armados y abrían fuego contra cualquier objeto que se moviese, atrayendo así a cualquier criatura en la zona; por ello incluso los sobrevivientes eran catalogados como peligrosos y habían de ser manejados con cautela. Ciertamente eran ellos una mejor alternativa a enfrentar que los sheitans.

Ricco y Stern salieron del refugio en completo silencio por medio de una pequeña puerta trasera. Ricco solía ser miembro de un escuadrón anti-disturbios por lo que estaba entrenado en la movilización dentro de zonas urbanas, además había enfrentado muchos sheitans en el pasado. Por su lado Stern era naturalmente silencioso, pocas veces notaban siquiera su presencia, también era aficionado a la caza por lo que estaba bien familiarizado con los procedimientos de acecho; era el más indicado para servir de apoyo a Ricco, quien en más de una ocasión lo perdió de vista.

Gracias a que las calles estaban en buenas condiciones el dúo pudo avanzar sin emitir un sólo sonido, al mismo tiempo que observaban a su alrededor. Aún no amanecía por lo que la oscuridad les servía de protección si aquello que merodeaba fuera algún sobreviviente que se confundiera al verlos, más no serviría de mucho de tratarse de alguna de las bestias. Avanzaron lentamente alrededor del perímetro.

Nada, ni un alma, ni una ardilla, ni un ruido diferente al del viento; no había tiempo para adentrarse en las casas, establecimientos o edificios que se encontraban en el camino, no podían dedicarles más que unos breves instantes a escuchar lo que sucedía tras las paredes o tratar de observar a través de las ventanas rotas o puertas abiertas de par en par. Todos los intentos por encontrar la sombra vista por Paxon fueron infructuosos. Ambos acabaron por retornar con el resto del escuadrón cuando el amanecer era ya cercano.

—No encontramos nada, la ciudad es un desierto. —Dijo Ricco, aún en voz baja pues no podía asegurar que realmente estuviera vacío ahí afuera.

—Buen trabajo… Recojan sus cosas, continuaremos la misión pero manténganse alerta. —La orden del capitán fue seguida inmediatamente y en menos de un minuto todos estaban listos para partir. El sol comenzaba a engullir lentamente las tinieblas por lo que se podría ver si algo estaba por ahí, pero también podrían ser vistos.

La luz de día ya había devorado a la noche, ahora el grupo era claramente visible mientras avanzaba a través de las calles de la pequeña ciudad. En silencio y atentos a cualquier sonido o movimiento perceptible, ingresaban en los viveros, tiendas y casas buscando la restos que indicaran la presencia del sheitan cachorro, y también aprovechando la «visita» a un nuevo lugar para buscar artículos que les significaran riquezas, mismos que eran cargados en la Oruga. Habían pasado ya algunas horas en el proceso de búsqueda y, aunque seguían sin dar con el paradero del cachorro ni había rastros de sheitans, los soldados comenzaron a sentirse muy felices con su cargamento, repleto de artículos valiosos que venderían a su regreso a Blossom a un muy buen precio. No habían visto ni oído nada que les hiciera pensar que alguna criatura o persona merodeara el lugar, lo que tranquilizó los ánimos de todos e incluso comenzaron a bromear.

—Oye, amiga Tallman, has notado que tu trasero se ve enorme a la luz del día. —Bromeó Paxon en voz alta. —Un sheitan podría creer que se trata de dos personas juntas, ¡ja ja ja! —Añadió riendo. Tallman no era una mujer de gran sentido del humor y el comentario del bromista no era algo que ella apreciase. En un rápido movimiento y con Paxon aún riendo distraído, la mujer puso su cuchillo hábilmente frente a la garganta del payaso, añadiendo en voz baja.

—Ríe una vez más imbécil, te reto. —Tallman era una mujer muy seria y sus palabras nunca eran tomadas a la ligera. Paxon nuevamente comenzó a sudar y sólo logró articular una triste disculpa; Cyrus los estaba observando pero decidió permitir que el bromista aprendiera una lección. El ambiente así comenzaba a relajarse cuando un ligero temblor hizo retumbar algunas ventanas cercanas, inmediatamente el escuadrón guardó silencio.

—¡Debe ser un temblor, ¿verdad?! —Comentó un muy asustado Paxon. A excepción de Cyrus y Morse, el resto del equipo no se había encontrado previamente con alguna de las bestias de mayor tamaño; todos habían enfrentado a los pequeños y algunos incluso habían logrado detener a aquellos del tamaño de un autobús; sólo conocían historias acerca de los gigantes, sabían que su tamaño era variable, desde diez metros de altura hasta casi cien, e incluso era del conocimiento general el inmenso tamaño que alcanzaba el Dragón, de casi un kilómetro. Este último no había sido divisado en un largo tiempo y la última vez que se le vio ni siquiera se encontraba en el continente donde Blossom se ubicaba. La imposibilidad de un encuentro con el Dragón no los tranquilizaba en absoluto, cualquiera de los gigantes, uno solo siquiera, sería suficiente para acabarlos a todos y la cercanía con el refugio pondría a la población en riesgo. Aunque sólo Paxon mostrara claramente su miedo, todos, incluso el capitán, estaban sumamente nerviosos.

—Guarden absoluto silencio… formen un círculo, cerrado, dándose la espalda. —Ordenó Cyrus. El Grupo Nubarrón inmediatamente obedeció y procedió a realizar una formación circular. No sabían de dónde podía venir el ataque, ni siquiera estaban seguros si existía realmente peligro, pero era necesario estar listos y cubrir todos los ángulos posibles. Cyrus y Morse se colocaron en zonas opuestas del círculo de modo que ambos experimentados soldados cubrieran y tranquilizaran a sus compañeros; como una precaución adicional, Cyrus puso a Paxon a su lado para calmarlo y asegurarse de que «no la cague».

Trascurrieron algunos segundos sin decir palabra, prácticamente nadie respiraba, el escuadrón se mantuvo alerta. Los ojos de Cyrus buscaban en cada rincón, cada ventana y techo de las casas o edificios, todo buscando indicios de algo que se estuviera moviendo; después lo que temían, otro temblor, esta vez más fuerte, seguido de otro más al que inmediatamente le sobrevino un fuerte rugido que no sonaba a nada que conocieran antes y que se acompañó de un olor nauseabundo, penetrante y muy desagradable.

—¡Santo Dios, maldita sea, estamos perdidos! —Fue Paxon el primero en hablar, esta vez ya no en silencio. Sus piernas estaban por fallarle, sudaba y estaba tremendamente asustado, giró la cabeza para ver a sus compañeros, esperando una reprimenda o algo que le indicara que las cosas estarían bien, lo que vio lo hizo asustarse aún más; todos, incluso el capitán y el teniente Morse, sudaban y mostraban claros indicios de miedo. El sudor en la frente de Cyrus era un claro indicativo que estaban ante lo que más temía: no había duda que un sheitan muy grande se encontraba en las proximidades, probablemente dormido cuando el equipo llegó, lo que le permitió ocultarse entre los edificios y construcciones; era posible que aún no los hubiera ubicado y que sencillamente se hubiese despertado por alguna razón, pero si seguía avanzando los iba a encontrar. El Grupo Nubarrón no estaba preparado para un enfrentamiento directo con un oponente tan fuerte, si existía alguna oportunidad de evitar una batalla era una de sus directrices el hacer que así sucediera.

—¿Alguno puede distinguir de dónde viene el ruido? —La pregunta fue hecha por Stern, no era usual escucharlo hablar, era necesario que estuviese sumamente nervioso para decir cualquier palabra por lo que el resto del equipo realmente se consternó, si la situación había puesto así de preocupados a hombres como Cyrus y Stern significaba que realmente era seria. —Creo que viene por el norte… deberíamos irnos ya en la dirección opuesta. ¿Capitán, qué opina? —La propuesta de Horn era lógica, irse de inmediato y abandonar a la Oruga y a su preciada carga, de cualquier modo los sheitans no estaban interesados en destruir vehículos por lo que existía la remota pero factible posibilidad de recuperar los tesoros en una segunda incursión o incluso ocultarse unos días con el fin de esperar a que la amenaza se retirase. Cyrus tenía la capacidad de analizar las situaciones a una velocidad como ningún otro, en lo que Horn otorgaba su opinión el gran capitán ya había tomado una decisión: estaba de acuerdo con él y de inmediato ordenó la huida de la forma más silenciosa posible. El equipo estaba listo para irse «elegantemente» antes de divisar la cabeza del gigante que sobresalía por encima de los techos de algunos edificios y que se acercaba despacio; todos sintieron que sus corazones se detenían cuando una serie de espantosos gritos a su alrededor puso al escuadrón al tanto de lo que estaba ocurriendo a cada lado, estaban en medio de lo que era un nido de bestias y el gigante los había despertado.

Decenas de pequeños sheitans humanoides comenzaron a salir de entre los callejones, los edificios abandonados y los despojos de lo que fuera la ciudad; gritaban y rugían conforme se acercaban a los soldados quienes se acercaban entre sí hasta estar espalda con espalda. Paxon estaba por derrumbarse, el resto del equipo simplemente apretaba los dientes y se preparaba para repeler el ataque. Podían contarse veintiocho pequeños demonios, la mayoría del tipo humanoide aunque había otros más bestiales, de apariencia de cerdos. Como era de esperarse, eran repugnantes, feroces y no tenían buenas intenciones. Todos en el Grupo Nubarrón conocían perfectamente la peligrosidad de estas criaturas, las habían enfrentado alguna ocasión pero nunca en un equipo tan reducido ni con armamento tan ligero. Además de tal cantidad de los pequeños, los temblores que indicaban los pasos del gigante eran cada vez más fuertes, al parecer era atraído por el ruido de la batalla entre los humanoides y los soldados, quienes estaban rodeados en una situación muy delicada. Era como un llamado a cenar.

Contaban aún con algunos metros de distancia entre ellos y la oleada de los demonios, con el gigante acercándose cada vez más al otro costado. El grupo ya había tomado una posición diferente, no seguían más en formación circular, habían adoptado una ofensiva para hacer frente a la amenaza más próxima. La formación desde el aire semejaba un rombo desigual, con Cyrus al frente y el resto del equipo atrás de él en bloques. Esta posición permitía a cada soldado una línea recta para disparar pues no tenían a ningún compañero al frente, el escalonamiento daba la posibilidad de que el grupo al frente recargase sus armas mientras el de atrás disparaba. Era una formación que resultaba sumamente efectiva al tener al enemigo en un lado específico del campo de batalla, sin embargo dependía de la supremacía numérica de los defensores por lo que no había garantía de éxito en esta situación de inferioridad, de todos modos no quedaba más opción que la de entrar en batalla.

—¡Santo cielo, estamos rodeados, ¿qué demonios vamos a hacer ahora?! —Paxon permanecía al lado del capitán y Morse se encontraba tras él; trató de calmarlo. —Recuerda que no son muy inteligentes, sólo mantente disparando y no rompas la formación.

Los sheitans se estaban acercando más a cada momento, si bien era cierto que no poseían una clara inteligencia, eran cautelosos a la hora de aproximarse a sus presas, evidentemente estos eran sobrevivientes de los últimos seis meses de asedio por lo que se podría anticipar que todos ellos ya habían probado la carne humana y de algún modo recordaban la manera de defenderse de los pobres primates.

—Esperen mi indicación, apunten a las cabezas… o a lo que parezca una maldita cabeza. —Esa fue la orden de Cyrus, orden que todo su equipo obedeció no sin gran tensión, estaban ansiosos de apretar el gatillo. Finalmente los sheitans estaban ya sobre ellos y Cyrus ordenó repeler el ataque.

El Grupo Nubarrón se coordinó para realizar una serie de disparos metódicos manteniendo la formación, estrategia que daba resultado en batallas a gran escala. Los sheitans gritaban horrorosamente con cada herida pese a que los impactos de bala no parecían causarles mucho daño; aunque se les podía matar, las armas con que contaban no eran lo bastante poderosas para hacerlo rápidamente; estas criaturas están vivas, sangran, tienen olor y despiden gases… ese tipo de gases; a diferencia de sus contrapartes humanas, los de los sheitans no tienen ese efecto tan divertido que genera risa a los padres de familia pues su sistema digestivo expelía un tipo de gas tóxico a base de azufre. La cantidad de estas criaturas alrededor del escuadrón no sólo generaba ruido que atraería a más, sino que producía una constante emanación de los gases naturales de estos seres; si el combate se alargara mucho, el equipo de Cyrus comenzaría a verse afectado por esas emanaciones.

Las criaturas recibían constante daño pero las armas del Grupo Nubarrón no tenían el poder suficiente para acabarlas a la velocidad que hubieran deseado. Horn disparó directo a la cabeza a uno de ellos utilizando su rifle automático pero la bala le atravesó y éste no murió, se levantó aturdido y continuó la carga. Las bestias alcanzaron la posición de los soldados en un par de minutos y la formación hubo de ser deshecha, la orden de fuego a discreción fue dada y, a continuación, caos.

—¡VALOR AMIGOS, NO SE DESESPEREN! —Fueron las últimas palabras del gran compañero de Cyrus, el teniente Morse, quien fuera alcanzado por una de las bestias. Morse era un sujeto robusto y excepcionalmente grande, trató de defenderse utilizando su gran cuerpo pero el monstruo lo destrozó en pocos segundos, arrancó sus extremidades y aplastó su cabeza entre sus garras ante la mirada atónita de sus compañeros; no había tiempo para llorar ni lamentarse, cualquier duda sólo los haría terminar como él. El resto de los sheitans continuaba su ataque y trataba de acercarse; era conocido que no todos podían lanzar bolas de fuego aunque no había forma de distinguir cuales sí contaban con esa habilidad con sólo verlas. Stern fue el siguiente en morir, su rifle se trabó al intentar recargar, no dijo una palabra, no emitió un sólo grito, la criatura que lo devoraba no fue capaz de hacer que el joven se quebrara ni siquiera en sus últimos instantes.

—¡MALDITOS… MUERAN BASTARDOS… HIJOS DE PUTA! —Paxon continuaba disparando mientras veía inútilmente cómo sus compañeros caían, Tallman se encontraba a su lado cubriéndolo, —¡¡¡PAXON!!! —Fue lo último que se alcanzó a escuchar de ella, desapareció pulverizada por una bola de fuego lanzada por uno de los sheitans más lejanos.

—¡AHHHH, ME QUEMO!!!!!! —Gritó Paxon, a quien el calor de la explosión que matara a Tallman le había alcanzado aunque sólo le ocasionó quemaduras leves. Cyrus trataba de organizar lo que quedaba de su escuadrón movilizando a Duke, Horn y Ricco junto a Paxon para tratar de sacarlo de en medio del fuego que se estaba propagando a los edificios cercanos tras el impacto del ataque. Al mismo tiempo los temblores comenzaban a intensificarse y un terrorífico rugido se escuchó cerca, deteniendo momentáneamente el ataque de los sheitans pequeños quienes parecieron asustarse.

—Quizá el gigante los ahuyente, puede que esta sea nuestra oportunidad. —Horn era una persona usualmente pesimista pero esta vez estaba buscando el lado bueno de la situación en que se encontraban, vio con frustración como los pequeños demonios reanudaban su ataque y alcanzaban a Duke. El doctor luchó con valor, lanzando golpes con su arma a los monstruos que se acercaban a él e incluso fue capaz de derribar a uno, tras lo que se abalanzó sobre él tratando de estrangularlo con sus manos, fue en ese intento que el resto de sheitans le alcanzó, sus gritos se confundieron con los de las criaturas.

El combate ya se había prolongado más de lo que les convenía a los soldados por lo que las emisiones de gases estaban dejando al escuadrón cada vez más débil, con menos oxígeno; las balas comenzaban a terminarse y la moral estaba a punto de caer por completo. Cyrus, ya sin municiones, tomó un machete que solía llevar para abrirse paso entre zonas boscosas, a continuación se lanzó directamente al ataque.

—¡CAPITÁN! ¿QUÉ DEMONIOS HACE? —Fue la pregunta que gritó Ricco al ver que su comandante cometía suicidio, o eso pensó. Cyrus lograba conectar los golpes del machete a cada demonio que se acercaba a él, evadía los ataques mientras se colocaba a una distancia razonable en la que sus largos brazos y su arma le daban una situación ventajosa. Uno a uno partió las cabezas de los sheitans que se acercaban; utilizaba el entorno a su favor: postes de luz, alcantarillas, vehículos, lo que fuera que estuviera a su alcance al momento. Los postes de luz le servían como barrera, dejando al sheitan de un lado mientras Cyrus les hería en sus brazos o daba un certero golpe a sus cabezas. Hacía cuellos de botella atrayendo a las criaturas hacia vehículos que formaban una barricada, forzándolos a atorarse al tratar de alcanzarlo, momento que el capitán aprovechaba para lastimarlos o aniquilarlos. Hábilmente era capaz de evadir las bolas de fuego que le lanzaban y de repeler los ataques cercanos que las criaturas intentaban asestar con sus garras u otras extremidades. Los movimientos de Cyrus eran como una coreografía, moviéndose a una velocidad constante, sin cometer un sólo error y sin hacer un sólo gesto en su cara. Así ya había matado a siete pequeños hasta el momento y herido a muchos más. Su escuadrón no se había rendido tampoco, menos al ver lo que su líder estaba haciendo con una simple herramienta de jardinería.

—¡¡¡TOMEN HIJOS DE PUTA!!! —Paxon, que había recuperado el valor, se mantenía disparando lo que le quedaba de municiones junto a Ricco y Horn, quienes acompañaban los disparos con imprecaciones y gritos. Cuando las balas se terminaron trataron de imitar a su capitán en el combate cuerpo a cuerpo, tomaron cualquier instrumento que sirviera de arma, fuera contundente o cortante; estaban listos para entrar en acción cuando, de forma inesperada, la luz del sol se desvanecía al ser cubierta por algo de gran tamaño que arrojaba su sombra sobre el campo de batalla, sintieron un gran calor que se intensificaba rápidamente, finalmente vieron al invencible Cyrus caer.

Disponible en formato físico y digital en Amazon.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *